La locura de un amor (fragmento)Dominique Bona
La locura de un amor (fragmento)

"Una dirección elegante, pero discreta. Lejos del encanto de las aristocráticas mansiones del Bulevar Saint-Germain o de la lujosa Place des Etats-Unis, donde se alojaba la persona que estaba buscando, el ambiente era, en cambio, bastante provincial y, de súbito, irrumpía con la suave fragancia de la hierba mojada y el musgo invernal, como en la misma campiña parisina. Aquella calma, en particular, se le antojaba inusual. Había perdido el hábito de aquella parsimoniosa mansedumbre. Se encontraba desorientado. Una inesperada dulzura acariciaba su nariz y su bigote, y casi le provocaba que sus ojos vertieran lágrimas. A los sesenta y seis años, aún perseguía el mismo sueño. Un sueño imposible, basado en alcanzar la paz que se le negaba, la eudaimonía del cuerpo y del alma, el vetusto anhelo de reconciliarse con su propio desasosegado espíritu. Vivir al fin tranquilo, a su edad, habiendo alcanzado muchos éxitos. Pero para él la serenidad, a pesar de sus muchos y baldíos esfuerzos, le había sido negada por algún demonio que intercedía con toda suerte de tareas y obligaciones. Y él no podía decir que no, negarse a afrontarlas. Ésa era la clave del tan ansiado éxito, la razón de la gloria. No podía evitar sentir nostalgia de un tiempo en el que se sentía libre de todas aquellas ataduras.
Su agenda estaba llena de citas. Su existencia, desde las cinco de la mañana, estaba regulada y conformada por una férrea disciplina. Cada minuto contaba para este trabajador infatigable, quien también era un ser incorregiblemente mundano. Sus horas nunca estaban vacías. Escribía libros, prefacios, discursos, artículos y cuando había concluido con la letanía de los contratos, ennegrecía páginas y páginas de sus cuadernos de bitácora personal. Se había acostumbrado a transcribir las diversas etapas y singladuras de su pensamiento y a observar constantemente el mecanismo de su cerebro. Se veía a sí mismo como un ser pensante. También solía hablar mucho frente al público, que quedaba cautivado por su lenguaje de mago, porque sabía cómo iluminar con claridad la senda hacia las explicaciones de las cuestiones más abstractas y ponerlas al alcance de todos. Pero también podía verse imbuido del espíritu de lo esotérico -un verdadero chamán- a propósito de las cosas más simples y nimias. A medio camino de la poesía y la filosofía, este intelectual se había fijado el objetivo de avanzar cada vez más por el camino del conocimiento. Cogito ergo sum. "



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