Un rector de la isla de Sein (fragmento)Henri Queffélec
Un rector de la isla de Sein (fragmento)

"Fueron sorprendidos en las inmediaciones de la isla, pero la verdad es que aún no la habían atisbado. ¡Qué milagro aquella isla! De esa forma tan acertada razonaba el Sr. Pennanéach, el último sacerdote, tratando de argumentar que todos los niños en la isla deberían usar, como segundo nombre, el nombre de Moisés, que fue salvado de las aguas. La isla de Sein, ni más ni menos que la cesta de Moisés, había sido protegida por el mismo Dios. Ella debería haber sido mil veces engullida por las terribles abatidas del mar. Ella había desafiado la fuerza de los impetuosos elementos, esta minúscula superficie plana, ese arrecife esbelto y ventoso, se extendía sobre el mar como Jonás sobre la ballena, como Daniel ante la fosa de los leones. Se trataba de un verdadero milagro de una vez por todas, auspiciado por un bello día, y las olas no osaban romper sobre ella ni había peligro alguno de que fuera arrastrada al abismo y el milagro, a cada instante, proseguía. Detrás del horizonte, al arbitrio de aquel mar que parecía ser sólo flujo y reflujo, latía el corazón de la isla, de una isla radiante. Ni siquiera invitaba a la habitual e indolente vida obtusa de los marineros en las bodegas sino a una vida audaz, al aire libre, sobre cubierta. Cada ventanuco se abría al cielo. La puerta de cada casa se abría sobre la tierra; los vientos, las lluvias, el sol, los pájaros, existían por la isla. "


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