La isla de Caribdys (fragmento), de Luna de copasAntonio Espina
La isla de Caribdys (fragmento), de Luna de copas

"¿Por qué razón no navegan las islas? Hay algunas, ciertamente, que navegan. Unas islas gasolineras que tiene el océano glacial Ártico y se escurren por los mares inclinados de la esfera terráquea. Son los icebergs que navegan movidos por gasolina de leche congelada.
Pero, ¿por qué otras islas no levan anclas en ocasiones en que se hallan formalmente, absolutamente, obligadas a hacerlo?
Voy a poner un ejemplo insigne. El más alto e irrebatible ejemplo de la gran cobardía geográfica. El ejemplo de Santa Elena.
Yo quisiera, sin embargo, disculpar de su triste parálisis a algunas islas, cuyo divorcio con el hombre nace de la rivalidad entre dos desolaciones igualmente incurables. La de la piedra en medio del mar y la del hombre en medio de la ciudad.
A la pequeña isla de Caribdys la ocurría mucho de esto, con relación a uno solo de sus habitantes -que no eran más de veinte o veinticinco personas-, al joven, regocijado y huraño Aurelio.
Habría que disculpar a la isla de Caribdys de su relativa -luego lo veremos- inmovilidad. Pues si algún día se le ocurriese escapar por el mar adelante llevando a Aurelio a bordo, su misión de engendradora de tempestades fracasaría inmediatamente.
Caribdys era un islote oscuro, breve, situado a corta distancia, a menos de una milla de Visiedo, dibujado en líneas quebradas y siniestras por el carboncillo que también trazó las ennegrecidas islas roqueñas del mar Báltico.
Habitaban en él, en un reducido caserío, un par de docenas de pescadores, gente aburrida y brava, que las más furiosas galernas habían seleccionado del puerto de Visiedo, al que miraban con mala voluntad.
En mitad de Caribdys, casi en lo alto de su cumbre, se veía una destartalada casona medio derruida, que cierto misántropo montañés de principios del siglo XVIII había tenido el capricho de edificar para vivir en ella, como lo hizo durante largos años. "



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