Vejez "A plena luz del día, en un cajero del barrio te atracó un muchacho. Llevabas cien euros en la mano. Te dijo dámelos y se los diste. La extrañeza tenía en ti un aire pasmado y elegante; te aproximabas inclinando la cabeza como si no hubieses entendido una palabra, decías: ¿perdón? No luchaste, ni siquiera fingiste que pudieras luchar, como un sonámbulo extendiste la mano con el dinero y el muchacho se fue corriendo o sin correr, mirándote o no. Era un día agradable de principios de verano. Había gente en la calle, se escuchó una risa y el tintineo de unos vasos de cerveza en la terraza que había a veinte metros. Te preguntaste con vergüenza si te habrían visto. Era un muchacho como otro cualquiera: joven. Atacaba como el depredador que elige entre las víctimas al animal más torpe. Sentiste como si el tiempo te zarandeara sin piedad junto al cajero envuelto en los alegres ruidos de la conversación en el calor de la brisa y las pelusas de polen. Esa tarde habías quedado para dar un paseo por la feria del libro. El hombre que iba a pasear y el que seguía pasmado eran distintos ahora. Por la modesta suma de cien euros aquel muchacho se lo había llevado consigo. Al subir a casa llamaste por teléfono, Soy un viejo, dijiste. No eres ningún viejo. ¿Soy un viejo, te parezco un viejo? Preguntaste de nuevo. Pero no me dejaste contestar. " epdlp.com |