El gran invierno (fragmento)Ismaíl Kadaré
El gran invierno (fragmento)

"De la calle llegaban voces, risas, canturreos fragmentarios. La vieja Nurihan vertió la manzanilla en el vaso, después dejó el cacillo en su sitio.
Se divierten, dijo para sí, regresan de las fiestas, juegan con la nieve por la calle.
Fuera, los copos de nieve flotaban silenciosos como espíritus. La manzanilla estaba fría.
Se divierten, se repitió. Así había sido siempre. Al pie de la muralla de Tebas había aparecido la esfinge y la gente bailaba, iba al teatro, se entretenían con juegos o con música. Toda la vida la misma historia. Cuanto más cercano está el peligro, más se entregan a la diversión. Celebran años nuevos, días santos, aniversarios de fundación de reinos o repúblicas, en momentos en que monjes desconocidos caminan hacia ellos con anuncios de peste, declaraciones de guerra, sitios, hambre, apariciones de esfinges. Oh dios, tú que me has mantenido viva hasta este día, déjame permanecer este invierno sobre la tierra para ser testigo de su fin. Déjame. La casa, que se había convertido en una ruina, se reanimaba, la sangre de sus habitantes volvía a ponerse en movimiento, volvían las palabras, los nervios. ¿Dónde comenzó esta bendita pelea, este viento que nos resucita a todos? Lejos.
Lejos. El desierto de Siberia. El desierto de Gobi. El oasis de Nurihan.
Todas aquellas tardes y noches de finales del año que acababa y los primeros días y noches del nuevo año, incrementaron sus visitas a casa de unos y otros. Sentían una alegría rayana con el miedo cuando llamaban a las puertas, cuando se encontraban y, sobre todo, luego, cuando, una vez sentados unos frente a otros, se preguntaban por primera vez: ¿habéis escuchado algo?
Olvidaban las riñas y las envidias y, con mayor frecuencia, al dirigirse a otro, como ante un ensayo general, utilizaban títulos dejados tiempo atrás en el olvido: Su Excelencia, Bey, Su Ilustrísima, Señor Embajador, Señor Regente. Algunos recordaban los viejos testamentos, el oro, los títulos de propiedad, los créditos, las herencias; otros hablaban de la crónica genealógica de sus familias, ramas enteras de las cuales habían sido calcinadas por la furia de la época; otros, en cambio, más atrevidos, se encorvaban por la noche sobre trozos de papel y, con una exactitud sorprendente, esbozaban los límites de sus antiguas haciendas, cercas o lindes, desaparecidas tiempo atrás bajo las tierras de las cooperativas. Fueron noches de un frío glacial, con una luna pérfida, inmutable en el cielo de enero. Por las mañanas, la escarcha lo cubría todo, y las ventanas, los cristales de los autobuses y las gafas de la gente, empañados, parecían ciegos. "



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