La quimera (fragmento) "Ya voy teniendo en mi taller, no sólo a los que se retratan, sino a algunos curiosos, aficionados, inteligentes, ociosos, flanistas, cronistas, sportmen. Vienen desperdigados; no tertulian. Desde el primer día he establecido rigoristamente que si hay una señora retratándose, no se pasa. Los encargos arrecian, he abierto un libro con fechas, plazos, indicaciones. A no ser así, no me entendería. Ello es verdad, este caso inverosímil ocurre; me he puesto de moda en un par de meses, y llevo camino de que se me disputen, pues ya comienzan los recaditos avinagrados, las esquelas imperiosas, los gritillos nerviosos, por teléfono, que indican la exasperación del deseo. «¿Qué dice? ¿Que no puede hasta dentro de dos semanas? ¡Pero si para entonces tengo que irme a Sevilla! Ahora, ahora mismo». Según creen personas expertas, no deja de contribuir a este apuro el rumor de que voy a subir los precios. Noto que en Madrid la gente, al abrir el portamonedas, hace un esguince involuntario. Es que la vida moderna entra aquí con sus exigencias y refinamientos y no encuentra preparados ni los bolsillos ni las voluntades; se ha trabajado poco, se ha vegetado entre orgullo e inercia, esperando quizás estacionarse en el periodo de la alcarraza y el coche de colleras, mientras en Europa se multiplica el goce y los automóviles echan demonios; las fortunas aquí deben, pues, de ser mediocres, y, en general desproporcionadas con la posición y las ansias de confortable. La gente vive la pantalla: palcos, coches, trapos quizás, y lo que no tiene que ver con esto (mis pasteles, verbigracia) es un renglón extraordinario... Total, que me asaetean a prisas, por si subo. Total, que debo subir. No por eso espero mejorar mucho mi situación económica. He cobrado dos o tres retratos ya, he dado un ten paciencia a los anticuarios y estoy con el agua al cuello. Aún no he podido abonar la factura del sastre, que ya me la ha presentado políticamente una vez; las cuentas de carbón y plaza, administradas por la portera hinchan; el de la tienda de marcos también echa sus indirectas; y hay mil imprevistos, y el segundo plazo de la venta de mis cuatro terrones aún falta tiempo para que llegue a mi poder. Y entretanto mi estudio se ve visitado por gente de buen tono; a veces me deslizo a ofrecer una taza de té incorrectamente servida, cachifollada, entre el revoltijo de los lápices, los bocetos, las paletas cargadas y las cajas de colores; me han invitado a algunos saraos; no he ido, tengo pocas ganas -y evitaré prodigarme y ser pintor faldero, al menos en este respecto-. ¡Ah!, el mote de pintor faldero sale de la Sociedad de Acuarelistas, donde cada vez soy más impopular; los bombos de Monteamor en La Época me cuestan ver muchas caras de cuerno y muchos gestos burlones. Por Cenizate sé lo que de mí se murmura. Nunca seré nada; no tengo de talento ni tanto así; soy un adulador, un degradado; me ensalzan porque intrigo, porque mi tipo afeminado encapricha a las señoras -a las bribonas, es lo literal-; sigo la brillante carrera de retratista guapo... etcétera. Nadie se acusa con mayor severidad que me acuso yo; pero, al fin y a la postre, cuando me azotan así, es cuando me sublevo. ¿Qué hicieron ellos, vamos a ver; qué hacen, qué harán? ¿Se nos prepara una nueva generación de gran altura? ¿Dejan tantas obras maestras las Exposiciones? Ellos y yo, por ahora, garrapateamos, manchamos, tanteamos... Acaso ellos, en mi pellejo, descubierto este filón de los retratos fáciles, no continuarían abrasándose, como yo, en el ansia devoradora de lo otro... Al enterarme de estas chismografías bohemias, no pegué ojo en toda la noche; me levanté temprano, con el estómago revuelto, amarilla la tez; me parecía tener calentura; di orden a la portera de que despachase a todo el que viniese, diciendo que me encuentro algo indispuesto y no puedo recibir -a pesar de ser el día en que me pide otra vez sesión la Ayamonte-. Y, dominando un jaquecón que me parte las sienes, atiborrándome de té, con el pulso temblón, vuelvo de cara a la pared los retratos empezados, sin precauciones para no borrarlos, y cogiendo un lienzo, armando mi paleta, empiezo a bocetar un cuadro al óleo: Recolección de la patata en la Mariña. Este cuadro puedo decir que lo tengo en apuntes, en notas tomadas directamente, aldeanas. Al volver a verlas, después de tanto tiempo y tan lejos de donde las recogí, ¡qué alegría! -me parecen fuertes y sinceras. La vieja que se cubre con el paraguas de algodón azul; la mozallona que se inclina al suelo marcando sus groseras formas; la otra labriega, niña y rubia, figurita mística quemada y curtida ya por el sol y la labor; y sobre todo, el paisaje, un paisaje sin engañifas ni trapacerías; el terruño bermejo, craso, destripado por el azadón y enseñando sus riñones, las patatas; allá en el fondo, el cómaro que limita el predio. Y los colores chillones de las ropas, y el verde insolente de la vegetación, y el cielo brumoso y la augusta verdad. Me embriago componiendo, olvido las mezquindades ajenas y propias; el cuadro adelanta; me parece que lo saco de mis entrañas; lo besaría. " epdlp.com |