Historia de un amor turbio (fragmento)Horacio Quiroga
Historia de un amor turbio (fragmento)

"A la mañana siguiente Mercedes se levantó más temprano que de costumbre. Eglé, con la sábana a los pies, dormía aún. Se desayunó desganada y bajó al jardín. La mañana, fresca y llena de sol, le hizo entornar los ojos, todavía no bien despiertos. Caminó un rato distraída de aquí para allá, sin resolución precisa ni vaga de hacer nada. Al fin se detuvo, suspiró profundamente oprimiéndose la cintura con las manos y miró a todos lados, aburrida. No sabía qué hacer.
Pensó un momento en tocar el piano, pero sentíase llena de pereza de hacer ruido ella misma. Concluyó por subir a su cuarto y volvió con un libro. Se sentó en un banco y releyó atentamente el título cuatro o cinco veces con la mente vaga. Vio así una hormiga que cruzaba el sendero y la siguió con los ojos hasta que se perdió en el césped. Luego levantó la cabeza y el sol le hizo cerrar los ojos. Trató de afrontarlo, usando su mano de pantalla, y por mucho que se esforzó, aún cerrando del todo un ojo y abriendo el otro apenas, la luz la deslumbraba. Se resignó y se sentó de costado, la cabeza en la mano. Se entretuvo largo rato con las conchillas, que desparramaba en semicírculo. Su zapato provocó en seguida su atención y extendió ambos pies cuanto le fue posible. Se quedó un momento mirándolos, pensativa. Luego, más pensativa aún, subió lentamente las faldas hasta media pierna. De pronto las dejó caer con un movimiento brusco, mirando inquieta alrededor.
Volvió al libro, lo abrió al azar y no entendió una palabra. Lo dejó a un lado desganada, se abrazó las rodillas cruzadas y tornó a suspirar, mirando a todos lados. ¿Qué hacer? Se decidió al fin a ir a despertar a su hermana, ocupación siempre grata para otra hermana aburrida. Subió de nuevo, abrió la ventana de par en par y sacudió a Eglé del hombro.
[...]
Eglé se entregó sin hacer más resistencia. Se vistió en silencio con prolijo esmero, mirándose larga y pensativamente en el espejo, como si no recordara ya su cara. Ya peinada salió al balcón, pasando el brazo por la cintura de su hermana. El sol, más fuerte ya, blanqueaba la avenida caliente y desierta. En la esquina, un brek cruzó la bocacalle, tronó un momento sobre los adoquines y enmudeció de nuevo en el polvo del callejón. Las hermanas tendieron el busto afuera, pero no pudieron conocer a los viajeros. "



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