La última noche en Twisted River (fragmento)John Irving
La última noche en Twisted River (fragmento)

"Filomena contaría ahora entre cincuenta y cinco y sesenta años, como el escritor sabía (apretando el paso mientras corría). Filomena no se había casado; no trabajaba ya en el Sagrado Corazón, pero aún daba clases. Aquella novela suya con el punto y coma en el título —la que todo el mundo había menospreciado (La tía soltera; o, Quedarse para vestir santos}— había recibido una sola crítica favorable, que el escritor Danny Ángel agradeció.
En su carta, Filomena escribió: «Disfruté sinceramente con tu novela, como era sin duda tu intención: una generosa dosis de homenaje con una justificada proporción de condena. Sí, me aproveché de ti, aunque sólo fuese al principio. Por el hecho de que te quedases conmigo tanto tiempo me sentí orgullosa de mí misma, como ahora estoy orgullosa de ti. Y lo lamento si, por un tiempo, te impedí valorar debidamente a esas chicas inexpertas. Pero tendrías que aprender a elegir con más sensatez, querido mío, ahora que eres un poco mayor de lo que era yo cuando nos separamos».
Le había escrito esa carta hacía dos años (La tía soltera; o, Quedarse para vestir santos se había publicado en 1981). Muchas veces se había planteado volver a verla, pero ¿cómo podía visitar Danny de nuevo a Filomena sin albergar expectativas poco realistas? Un hombre de cuarenta años cumplidos, su tía soltera de entre cincuenta y cinco y sesenta años... En fin, ¿qué clase de relación podía existir entre ellos ahora?
Tampoco había aprendido a elegir con más sensatez, como Filomena le había recomendado; quizás había decidido voluntariamente no elegir a nadie en quien se adivinase el menor atisbo de permanencia. Y el escritor sabía que era demasiado mayor para considerar aún a su tía responsable de iniciarlo en el sexo cuando él era demasiado joven. Por reacio que Danny fuera a entablar una relación duradera, no podía culpar de ello a Filomena, ya no, eso desde luego.
Danny avanzaba ahora por el tramo del perro agresivo; si surgía algún problema, sería allí. Danny permanecía atento a la posible aparición del perro, que tenía un ojo distinto del otro, por el llano y estrecho camino de acceso flanqueado de vehículos abandonados —coches muertos, algunos sin neumáticos, furgonetas sin motor, una moto volcada sin manillar— cuando el enorme macho saltó de una camioneta Volkswagen sin puertas. Cruce de husky y pastor alemán, salió a la carretera a todo correr: no ladraba, no gruñía, iba a lo suyo. El sonido de las patas al golpear la tierra era el único ruido procedente del perro; ni siquiera tenía aún la respiración agitada.
Danny ya se había visto obligado antes a repeler su ataque con los mangos de las raquetas de squash, y había tenido unas palabras con el dueño, no menos agresivo, un joven de veintitantos años, posiblemente uno de esos antiguos estudiantes del Windham College que se resistían a marcharse. El individuo tenía aspecto de hippy, pero no era pacifista; tal vez fuese uno de los innumerables jóvenes instalados en Putney y alrededores que se hacían llamar «carpinteros». (En tal caso, era un carpintero que no trabajaba o estaba siempre en casa.) —¡Vigila a tu perro! —había protestado Danny en dirección al camino aquella primera vez. "



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