La ópera de Vigàta (fragmento)Andrea Camilleri
La ópera de Vigàta (fragmento)

"Todos lo conocían como don Ciccio y, por lo demás, él no se oponía a ello, a pesar de que su nombre de pila era Amabile y el apellido Adornato, Amabile Adornato, llamado don Ciccio. Había llegado a Vigàta unos diez años antes de los hechos que ocurrieron en el pueblo por la inauguración del teatro, desde Palermo, donde desempeñaba el oficio de carpintero y se había hecho conocer como un fino artesano.
Al quedar viudo, se había trasladado a Vigàta para estar cerca de su único hijo, Minicuzzo, que era maestro de primaria. Puesto que con su arte en Palermo había hecho bastante dinero, el cual le había permitido dar estudios a Minicuzzo, cuando llegó al pueblo pudo comprar un almacén, una especie de cobertizo donde continuar con su trabajo, y también una casita donde estar solo para no molestar a su hijo, que entretanto se había casado y tenía dos hijos pequeños. Tardó poco y nada en hacerse estimar por su maestría, no sólo en Vigàta, sino también en Montelusa, en Fela y en Sfiacca. De modo que nunca le faltó trabajo.
Don Ciccio tenía una peculiaridad: no sólo había estudiado música, sabía leer el pentagrama, sino que también era capaz de tocar la flauta travesera con la misma maestría con la cual se contaba que sabían tocarla los ángeles cuando el padre eterno les ordenaba que dieran un concertito. Tras hacerse rogar por aquellos que habían descubierto su peculiaridad y capacidad, se había decidido a hacer cada domingo por la tarde dos horas de música para sus pocos amigos verdaderos: el encargado de las admisiones postales, un pescador, el capitán del vapor para Palermo que cada domingo hacía escala precisamente en Vigàta, un aldeano que también sabía tocar la flauta, pero la de caña de los cabreros, y algún otro que, de paso por las inmediaciones del almacén, porque era allí donde don Ciccio celebraba la dominical sonata, tenía ganas de escuchar música.
No había duda de que don Ciccio era una persona que hacía que uno se planteara, si pensaba en ello, algunas preguntas. Sobre todo una: ¿dónde y cómo había aprendido a tocar y a entender tanto de música? Porque no había duda alguna de que en cuestiones de música don Ciccio tenía una gran competencia, muy profunda. Pero él, ante cada pregunta, hacía como la mariquita, que en cuanto la rozas se cierra como una bolita. A lo sumo, si se decidía a abrir la boca, respondía con un monosílabo variable: sí, pero, si, no. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com