Hotel Paradiso (fragmento) "No he tenido habilidades para aprender el oficio de artista. Soy torpe para los malabares, miedosa para el trapecio y perezosa para adiestrar mi cuerpo en las contorsiones. Desde pequeña estuve en la trastienda, lo que me permitió estudiar y educar mi fantasía. Para ello viajaba con un libro que duraba dos ciudades o una feria entera, novelas de amor primero y Tolkien y multitud de poetas que llegaron después. Los libros son el mejor de los paisajes, que admiro en sus páginas, la carpa en la que se escriben todas las historias y que acoge la maravilla de otro libro, de nuestro lema universal, el más difícil todavía. Ya sé que soy un poco redicha, me gusta hablar como hablan los protagonistas de las novelas, me lo dicen los chicos que conozco, pero a mi padre le gusta. Presenta el espectáculo y es el adiestrador de Zara, nuestra elefanta, que es de la familia, tiene más de ochenta años y nos ha visto nacer y crecer a todos, llegó al circo el mismo día que nació mi padre. Son como hermanos. Los artistas italianos que han hecho temporada con nosotros celebran que en la empresa haya un elefante de nuestra propiedad, dicen que siempre trae fortuna, da suerte y convierte a las pequeñas troupes en circos de categoría, de primera. Yo también lo creo. Posiblemente me case dentro de un par de años. Cada noche hablo desde el ordenador con Mario, mi novio italiano, y cada conversación es un temblor interno, un sobresalto continuo hasta que apago la pantalla. Mario Grazzi es de mi misma edad. Tiene veintitrés años y pertenece a la quinta generación de cómicos viajeros. Trabaja en un pequeño espectáculo de calle que gira toda la Toscana. Nos conocimos durante nuestra estancia en Cremona, cuando fuimos a comprar la nueva tienda de cuatro palos, hace dos años. No volvimos a vernos después de aquella semana y de la última noche, cuando nos besamos y apagamos con nuestro ardor el faro encendido de la luna, que nos espiaba complacida. Ahora miro a la luna y pienso en Mario, y creo que estará haciendo lo mismo en la distancia. Es curioso, me resulta casi inexplicable que por lejos que estemos es la misma luna llena la que nos alumbra. Parece raro, pero es así. Cuando nos casemos, Mario vendrá a vivir conmigo a una caravana nueva a la que ya le tengo echado un ojo. Será el regalo de padre. Mario se incorporará a la compañía con su número aéreo, y tendremos hijos, cuatro quiero tener, o gemelos para que monten un número de icarios, y que por otra generación el circo Tivoli continúe rodando, prosiga su camino. ¡¡Quiero tanto a Mario!! Le voy a mandar un recado por la luna, se lo diré bajito y la luna se va a ruborizar. Ahí va, no me falles, luna, cuéntaselo antes de que Mario duerma, y si no, que sea mi regalo en medio de sus sueños. Buenas noches, mi amor. Un viento salado nos trae el mar de Vilaponte hasta nuestro campamento de Vilaxove. Mañana nos ponemos en marcha. " epdlp.com |