Sueño de lobos (fragmento)Abdón Ubidia
Sueño de lobos (fragmento)

"Protegía la puerta de los abarrotes La Ermelinda, una reja de un metro de altura, hecha de varas de madera terminadas en punta. Era La Ermelinda una de las últimas tiendas que aún Conservaba esa valla. Al lado derecho de la puerta estaba la vitrina repleta de panes, palanquetas, moncaibas, dulces de guayabas y unos cuantos moscos prisioneros que danzaban sobre ellos. Más allá, los tarros verdes y las bateas con plátanos de semaqueños, tomates, cebollas. Detrás de las bateas, el mostrador con los vidrios grasientos y el tablero rayado de profundas cortaduras. Sobre él, en el centro, como un santo en su altar estaba la roja balanza con plato de hojalata, rodeada de los frascos llenos de caramelos y chocolates y chicles. Al fondo, a modo de pared divisoria, se alzaba la estantería de los aceites, licores, conservas, jabones y afines. Y hacia la izquierda, en plena tiniebla, hallábase el rincón dedicado a los quintales de papas, arroz y azúcar.
A las nueve de la mañana, una de las hijas de Don Nacho quitaba la valla para dar paso a la cola de vecinas que venían a hacer las compras del día. A las once, la valla volvía a su sitio y la tienda se quedaba casi solitaria.
[...]
Eso estaba bien para las poesías. En la vida práctica, el Maestro había comprobado que el tiempo tiene sus remansos, sus lentitudes, sus esteros, en los cuales casi nada pasa y, al contrario, tiene también sus remolinos vertiginosos, en donde todo se revuelve y gira y se atornilla, así, como en los remolinos de los ríos.
Bastaba verlo en su taller. Días muy largos, como esos de julio, en los que el tan ansiado verano le trajo el sol, el cielo azul, los alegres ventarrones, pero, además, muy pocos autos que arreglar. Días demasiado cortos, los de enero y los de marzo, por ejemplo, cuando le faltaron operarios, espacio, horas libres, debido a la cantidad de trabajos que tuvo que hacer.
Bastaba verlo en la crónica roja de la ciudad. Prolongados períodos en los que no ocurría nada: una paz, una calma chicha, una modorra digna de una aldea. Y de pronto: la irrupción de crímenes alucinantes: cinco taxistas de Santo Domingo asesinados, o un descuartizado en San Francisco, o el Monstruo de los Andes violando y matando a decenas de niñas muy tiernas.
Bastaba verlo en la política de los últimos días: cuando los ánimos están ya tranquilos los precios de los víveres se elevan, el presidente habla, los sindicatos protestan, los choferes se declaran en paro para que les suban los pasajes.
Pero en aquellos remolinos del tiempo había algo más que ver: las coincidencias. Las coincidencias y las sorpresas que se producían, entonces, acaso como un pretexto para que el destino anudase los extremos más dispares. Y de esos revoltijos siempre salían acontecimientos nuevos. "



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