El manuscrito del Santo Sepulcro (fragmento)Jacques Neirynck
El manuscrito del Santo Sepulcro (fragmento)

"Colombe se calló y abrió las puertas del coche. Emmanuel seguía en silencio. No tenía nada que objetar.
El jueves por la mañana, un hombre de bata blanca vino a sentarse a la misma mesa que presidía Colombe. Anunció que el doctor Rudy iba a hacer una exposición a la asamblea y que esta podía plantearle todas las preguntas que se le ocurriesen. Pero, antes, había que escuchar sin interrumpir.
El doctor Rudy comenzó a hablar, con una voz ligeramente afónica, por lo que pidió disculpas. Era una consecuencia del trastorno cardíaco que había tenido y que iba a contar. Ante todo, precisó que las palabras nunca podían reflejar lo que había vivido. E insistió en la palabra «vivido».
Era un hombre de unos cincuenta años, con cara sonrosada, cabellos blancos y ojos azules como la porcelana. Se expresaba con voz pausada, utilizando a menudo términos médicos, un poco cultos, que le venían espontáneamente a los labios porque formaban parte de su vocabulario habitual profesional y no porque intentase impresionar con ellos a su auditorio.
El doctor Rudy relató una especie de cuento de hadas, con la salvedad de que lo presentó como su propia experiencia. Según dijo, se encontraba en su despacho del hospital, donde ocupaba el cargo de jefe del servicio de pediatría. Desde hacía algún tiempo sufría una arritmia en el corazón y para corregirla estaba previsto que, en un futuro próximo, le colocasen una prótesis cardíaca. Pero, de pronto, su corazón fue víctima de una fibrilación. Tuvo el tiempo justo de llamar antes de perder el conocimiento y fue trasladado a la sala de reanimación, donde le sometieron, durante una hora más o menos, a todos los tratamientos imaginables para que su corazón volviese a latir de nuevo.
El propio doctor observaba con un cierto distanciamiento todas estas operaciones, que conocía bien, desde un punto situado en el techo de la sala. Se dio cuenta de los errores y de las equivocaciones de los demás. Por ejemplo, el jefe de medicina interna hizo irrupción en la sala para comenzar el masaje cardíaco sin ponerse los protectores estériles obligatorios. El doctor Rudy podía precisar incluso que llevaba zapatos de ante marrón que se habían manchado con unas cuantas gotas de sangre. Desde el sitio en el que se encontraba le era posible percibir los detalles utilizando una especie de zoom sobre un punto determinado del campo de operaciones mediante un simple deseo suyo. También escuchaba perfectamente las pocas frases que intercambiaban sus colegas y las enfermeras que les ayudaban. Era capaz incluso de percibir lo que pensaban unos y otros. Una de las enfermeras de su servicio, a la que había tenido que amonestar por sus innumerables negligencias, deseaba que no recuperase la consciencia y, a la vez, se sentía culpable por tener ese sentimiento. "



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