Puesta de sol (fragmento)Pablo Urbanyi
Puesta de sol (fragmento)

"¿Desde dónde escribo? Creo que no tiene mayor importancia. Este es un país de largo invierno, de verano breve pero con céspedes verdes y bien cortados, con muchas flores y árboles numerados. Un país de Utopía donde El Dorado, orden y limpieza en todas las estaciones, se ha convertido en realidad. Comienzo a escribir en invierno, en una casa, al lado de una ventana; afuera, un campo nevado del que asoman algunos pinos que no marcan ninguna senda. Los reflejos del sol sobre los cristales son violentos pero apenas entibian. Por último, no pido disculpas por la calidad de escritura de mi informe. Si bien hubo días en que quise ser escritor (una caja grande de cartón con "material informativo" que me fue trayendo y sigue hasta hoy mi mujer para la gran novela, así lo indicaría), no fueron más que picazones primaverales como la de aquellos que, a los dieciocho años, enamorados, quieren ser poetas para expresar mejor su amor.
(…)
A los catorce o quince años, perdí mi virginidad o gané la hombría, no como se la solía perder o ganar en esos tiempos, haciendo cola en las obras en construcción, sino gracias a un ferroviario llamado Pepe quien, en sus horas libres, los sábados y domingos, para ganarse algunos pesitos extra explotaba a la Turca, una árabe que se ganaba así su vida y la de sus hijos, después de que la abandonara su marido. Un domingo por la tarde, en que iba a jugar al fútbol, encontré a Pepe tomando mate frente al cuartucho del potrero en que vivía y me preguntó si conocía "la cara de Dios". Me ofreció "un servicio de primera", con "carne importada" para el banquete, con "el forro incluido" y "pago en cómodas cuotas mensuales, aquí tenés a un servidor y un amigo", porque yo no tenía todo el dinero. Una pieza, una radio con música de tango, apenas un halo de luz por la ventana oscurecida con papeles de diario. Yo temblaba y buscaba en la oscuridad. Algunas palabras de la Turca como "vení, no te voy a morder", me orientaron. Manipulaciones de sus manos. Las mías, nerviosas, fueron frenadas antes de que llegaran a la cara de Dios: "No, la herramienta no se toca". Mirando sus ojos negros iluminados por un halo de luz, ojos lindos que se distraían con el cielo raso, grandes pero opacos, secos e indiferentes. Y con la esperanza de que me miraran para probarme que yo estaba allí y existía, llevé a cabo mi ceremonia de iniciación. Una vez terminada, sin haber visto la cara de Dios, sino sólo conocido algo, sin que supiera en ese momento qué, extrañé el calor y el amor. Me quedó el sabor amargo de lo no acabado."



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