Madona con abrigo de piel (fragmento)Sabahattin Ali
Madona con abrigo de piel (fragmento)

"Parecía satisfecho de su vida y seguro de sí mismo. Incluso podía darse el lujo de ayudar a sus amigos. Lo envidié.
Vivía en una casa pequeña y agradable. Su mujer era bastante fea pero simpática. Se besaron delante de mí sin el menor reparo. Hamdi me dejó a solas con ella y fue a refrescarse. Como no me había presentado a su esposa, me quedé plantado en medio del recibidor sin saber qué hacer. Ella estaba de pie junto a la puerta y me observaba de reojo. Estuvo pensando un rato. Posiblemente se le pasó por la cabeza decirme que pasara y me sentara, pero luego debió de considerarlo innecesario y se marchó sin decir una palabra.
Me preguntaba por qué Hamdi, que siempre era tan cuidadoso y prestaba una atención exagerada a los detalles —de hecho, a eso se debía parte de su éxito en la vida—, me había dejado plantado así. Es una costumbre arraigada entre los hombres que han alcanzado cierta posición tratar deliberadamente con desconsideración a los amigos de antaño, sobre todo a los que tienen una situación económica más modesta. Y luego, sin previo aviso y haciendo gala de su benevolencia protectora, tutearlos de forma amistosa, aunque antes los hayan tratado de usted, e interrumpirlos mientras hablan para preguntarles nimiedades con una sonrisa de amable condescendencia, como si fuera lo más natural del mundo... Me había encontrado con todo eso tan a menudo en los últimos días que ni siquiera se me ocurrió enfadarme con Hamdi ni sentirme ofendido. Simplemente pensé en marcharme de allí a la francesa y acabar con aquella situación embarazosa. Pero entonces entró una anciana que parecía una mujer de campo, con un delantal blanco, la cabeza cubierta y calcetines negros remendados, y me sirvió un café. Me senté en uno de los sillones azules con florecitas bordadas y miré a mi alrededor. En las paredes había fotografías de la familia y de artistas, y en un rincón, sobre una estantería, unas cuantas novelas baratas y varias revistas de moda que, sin duda, pertenecían a la señora de la casa. Había más revistas apiladas, y visiblemente manoseadas por las visitas, debajo de una mesita de fumar. Como no sabía qué hacer, cogí una, pero no me dio tiempo a abrirla porque Hamdi apareció en la puerta. Con una mano se atusaba el pelo mojado y con la otra se abrochaba los botones de la camisa blanca de cuello abierto. "



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