La gloria secreta (fragmento)Arthur Machen
La gloria secreta (fragmento)

"Recuerdo haberle dicho a Horbury que parecía ser capaz de usar el microscopio y el telescopio al mismo tiempo. Se rio con ganas y me dijo que esperara a que se pusiera a trabajar de veras. «Tendrás tu parte, te lo prometo», agregó. Su entusiasmo era extraordinario y contagioso. Era un excelente raconteur y de tanto en tanto, en mitad de su charla sobre aquel nuevo Lupton que estaba a punto de traducir de idea a sustancia, contaba algunas historias maravillosas que no tengo ánimo de relatar aquí. Tú no quisieras. A menudo he pensado en esa frase cuando recuerdo la intensa felicidad de Horbury, la nerviosa energía que hacía que una demora de uno o dos días le resultara casi intolerable. Le hormigueaban —por decirlo de algún modo— el cerebro y los dedos por llevar a cabo la gran obra que lo esperaba. Me recordaba a una hueste poderosa que solo espera una mirada de su general para avanzar con fuerza irresistible.
No había sombra de duda o recelo en él. Por cierto, me habría asombrado muchísimo observar alguna manifestación de esa clase. Me dijo que, hasta no hacía mucho tiempo, había sospechado la existencia de una suerte de intriga o camarilla en su contra. «A. y X., B. e Y., M. y N., y creo que Z. están involucrados», dijo, nombrando a varios de los profesores. «Están celosos, supongo, y quieren dificultarme las cosas lo más posible. Pero son unos cobardes y no creo que ninguno de ellos —excepto, quizás, M.— falte a la obediencia, o mejor dicho a la subordinación, cuando llegue el momento. Pero voy a ahorrarles trabajo». Y me confesó su intención de librar a la escuela de esos elementos mezquinos. «Los miembros del consejo me respaldarán, estoy seguro —agregó—, pero debo esforzarme por evitar fricciones innecesarias». Y acto seguido me explicó el plan que había concebido para eliminar a los profesores. «No estoy dispuesto a tener oficiales indiferentes en nuestro barco». Esas fueron sus palabras para definirlo, y yo estuve cordialmente de acuerdo con él.
Es posible que Horbury haya subestimado la fuerza de la oposición, a la que consideraba muy poca cosa; incluso es posible que haya evaluado mal la situación en su conjunto. Ciertamente daba por hecho su nombramiento; y esa era, por supuesto, o parecía ser, la convicción de todos los que sabían algo de Lupton y de Horbury.
Jamás olvidaré el día en que llegó la noticia. Horbury preparó un suculento desayuno y se dedicó a abrir cartas, garrapatear apuntes y hablar de sus planes mientras desayunaba. Lo dejé solo un rato. Yo mismo estaba muy excitado e iba de un extremo al otro del bello jardín de la Old Grange, preguntándome si podría satisfacer a un jefe como Horbury, quien, siendo la energía misma, naturalmente esperaría una cualidad similar en sus subordinados. Volví a reunirme con él una hora después, en su estudio, donde estaba tan ocupado como siempre: «enterrado», como solía decir, bajo una inmensa pila de papeles y correspondencia. "



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