La magia de la niñez (fragmento)Guðbergur Bergsson
La magia de la niñez (fragmento)

"Mi madre decía que en su infancia había rezado, y durante toda la vida esperó que se cumpliera su ruego, para que el aspecto de la niña revelara su paternidad pareciéndose a alguien, a su padre, al padrastro o a algún otro, porque los rasgos de la cara mienten menos que la boca. En un examen minucioso, la niña resultaba parecerse unas veces a uno, otras veces a otro, y lo más habitual era que se pareciera a varios a la vez. Era lo que se dice una mezcla: la boca de su madre, pero los ojos de sus tíos; la voz no indicaba nada, todos la tenían bastante chillona; la nariz, ni gorda ni fina; los ojos, grises y corrientes; y el color del pelo era el típico de toda la familia. Nunca llegó a ser la imagen viva del padre de mi madre, y a lo mejor ni siquiera se parecía a él, pero tampoco recordaba a su padrastro. Por eso no había forma de llegar a ninguna conclusión a ciencia cierta, y hubo que contentarse con suposiciones. Cuando creció, lo único que podía decirse era que la niña «tenía el físico» de su madre, incluidas las piernas, más bien flacas. Con todo, mi madre siempre sospechó que era hija del hombre con el que la abuela acabó casándose. Cuando empezaron en la granja y tuvieron hijos, a mi madre le resultó asombroso que su hermanastra no se pareciera a su propio padre más que al padre de ella, excepto en el color del pelo. La única explicación para semejante indefinición en los rasgos de familia era la incertidumbre que le llenaba la mente en los días de su infancia y que le provocaba espejismos, aunque sólo en su interior, porque nadie más se daba cuenta. El aspecto externo de la niña, como el de otras criaturas, era como el clima islandés, siempre variable, hasta que llegó a adulta. Su vida se asemejó a ella misma; todo dependía del ángulo desde el que se la mirara. Por eso procuró que mi madre no viese a su madre como una mentirosa, aunque siempre tuvo una relación ambigua con sus padres; se mostraba tímida con ellos y procuraba evitarlos a ambos, dentro de unos límites razonables.
Nunca quedó claro si el abuelo había reconocido a la niña para evitarle a su compañera la «vergüenza» de haberse quedado embarazada del hombre con el que acabaría por casarse o si lo había hecho para castigarse a sí mismo por no haberla vigilado bien y por mantener relaciones íntimas con otra. ¿O lo hizo para ceder a los deseos del cura y mostrar su respeto por los valores morales de la religión y su representante? Al obligarlo a cargar con la paternidad, el cura había situado las apariencias y el disimulo por delante de la verdad y de los impulsos humanos naturales, tanto de los hombres como de las mujeres, aunque sin duda conocía la verdad y habría debido comprender sus debilidades. También podría ser que hubiera aceptado a la niña con la intención de calmar el pavor de los demás hijos, aunque a pesar de todo introdujo en sus mentes la semilla de la duda sobre la decencia de su madre; para los niños, lo que ella haga es siempre mucho más importante que lo que pueda hacer su padre, en asuntos del mismo género. A él se le perdona con más facilidad que a ella, porque no tiene que cargar durante nueve meses con las huellas del delito, ni acaba trayendo al mundo las consecuencias de su crimen: un problema encarnado en una criatura inmadura y llorona, con el que además hay que cargar toda la vida. Probablemente, la cuestión de lo que llamamos honestidad y sinceridad hizo reflexionar a mi madre mucho más que a su hermana menor. "



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