El lugar de un hombre (fragmento)Ramón J. Sender
El lugar de un hombre (fragmento)

"En Ontiñena el sargento había mostrado su satisfacción por las confesiones de los presos hablando en el patio de la prisión con un guardia y sus palabras fueron oídas por uno de los viejos campesinos que iban a tomar el sol contra el muro del Juzgado. Ese campesino las repitió a sus vecinos y como la noticia llegó a la posada, la recogieron allí los arrieros y el mismo día la divulgaron por Castelnovo. La noticia de que habían confesado el crimen llegó antes de que se celebrara una reunión convocada por los liberales para ayudar a los presos. Al saberla, más de la mitad de los convocados prefirieron quedarse en sus casas. Los otros iban con el disgusto de ir a ocuparse de ayudar a «dos asesinos».
En la reunión, los más decididos estuvieron tratando de atenuar los sufrimientos de aquellos desdichados, pero no acordaban nada concreto. ¿Nombrar un abogado, ir a declarar que Juan y Vicente habían sido dos de los mejores vecinos de la aldea, acusar a los conservadores del pueblo próximo de parcialidad en aquello? Eso era posible, pero a la menor insinuación todos se hacían atrás, con reservas. Era tanto como salir a campo abierto dispuestos a batirse con los poderosos en defensa de dos criminales.
Todos tenían más o menos miedo a llamar sobre sí la atención en aquel triste asunto. En el fondo se avergonzaban de haber contado entre sus amigos a los presos e incluso cuando se pensó en ayudar a sus familias, alguien se adelantó a advertir que no hacía falta ningún plan colectivo, porque ya sabían la mujer de Juan y la de Vicente que encontrarían abiertas las casas de los vecinos.
Así, pues, los liberales salieron de la reunión entre medrosos y evasivos.
El cura de Castelnovo era lo contrario de su colega de nuestro pueblo. Suaves maneras, dulce, con un halo de guedejas blancas alrededor de su cabeza. Era virtuoso (con una virtud humana, limpia y caliente) como el cura de nuestro pueblo, pero su virtud iba envuelta en una especie de languidez monacal. Aquel crimen le ponía en el caso, por primera vez en su vida, de buscar razones en lo político y social, y lo hacía con una torpeza singular. Atribuían a él, a su falta de labor evangelizadora, el hecho de que en las elecciones municipales triunfaran siempre las izquierdas. Don Ricardo había ido a visitarle con su coche Hispano que asustaba a las gallinas y hacía meterse precipitadamente en los portales a los campesinos en las calles estrechas. Iba a decir al cura que si las familias de los dos acusados tenían dificultades, como era probable, los socorriera él en su nombre. Ya le diría después los desembolsos que había hecho, para reintegrárselos. Don Ricardo nunca decía «devolver» sino «reintegrar». Llegó a insinuar que como la mujer de Vicente era hornera, quizá pudiera ofrecerle una plaza en el homo que allí mismo, en Castelnovo, tenía para las peonadas del verano. Durante la siega funcionaba día y noche. "



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