El ángel rojo (fragmento)Nedim Gürsel
El ángel rojo (fragmento)

"Pensaba en los acontecimientos subsiguientes a la muerte de Nâzim, después de la Primavera de Praga, que desembocaron en la destrucción del Muro de Berlín, diciéndome que el Partido había desaparecido llevándose con él un pasado poco glorioso, cuando la camarera pelirroja vino y me trajo un mensaje acompañado de un segundo Korn que no había pedido. Leí lo que estaba escrito en el papel: «No vaya a pensar que no he acudido a nuestra cita. Lo observaba, sentado en un taburete al otro lado de la barra. Ni siquiera se dio cuenta. Es lo habitual en este tipo de citas. Como dice en un poema Nâzim Hikmet, al que nosotros en el Partido llamamos Sair baba, “Papá Poeta”, quien dirige el juego “no aparece de inmediato”. Tengo los documentos. Y los informes. Nos vemos mañana a la misma hora, es decir, a las cinco de la tarde en el Dressler».

¡Vaya! Así que me había seguido, estaba detrás de mí en el café y, antes de irse, tuvo tiempo de escribir un largo mensaje e incluso de espiarme —apuesto a que con una sonrisa burlona—. Obviamente, quería picar mi curiosidad. Pues muy bien, me dije, si no tiene nada mejor que hacer... Vuelvo a pensar en el cuadro de Brueghel. Nâzim, una tarde, después de haber bebido como yo una copa tras otra, pese a que los médicos le habían prohibido beber y fumar, había escrito un poema en el que relataba su sufrimiento y sus paseos por Peredelkino en el bosque de abedules: había en su poema los mismos árboles desnudos que en el cuadro, las estrellas, e incluso una ventana donde brillaba una luz amarilla, pero no había cazadores. Al poeta no le gustaba la caza y recuerdo que repetía constantemente «A veces, de cazar pensamos, cazados quedamos».

Probablemente porque tenía el estómago vacío, me mareé y mi visión se nubló. Entre tanto, el café se había llenado. Pedí un caldo de lombarda. Tengo debilidad por la lombarda y debo admitir que durante mi estancia en Berlín pude satisfacer mi capricho. Pero no pedí cerveza. Quizá temiese, sentado en mi taburete, parecerme a uno de esos viejos alemanes ensimismados en la morosa contemplación de una jarra gigante; con esta nevada, me dije, después de todo el aguardiente que había bebido, sería mejor que acompañase mi caldo con un brebaje más refinado, y pedí una copa de vino. "



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