Enviada especial (fragmento)Jean Echenoz
Enviada especial (fragmento)

"Por las tardes, a tres paradas de metro de Gambetta, solían acudir a la piscina más próxima, la de Les Tourelles, colindante con los amplios y bien custodiados servicios de la Dirección General de Seguridad Exterior, situada en el número 141 del boulevard Mortier, que es, como es sabido, el servicio francés de información exterior, lo cual no guarda relación alguna por el momento con lo que nos ocupa. Fueron a nadar allí desde los primeros días de su vida en común y allí fue donde Pognel descubrió en el omoplato de Marie-Odile Zwang otro tatuaje en el que no había reparado, con todas las luces apagadas, durante sus primeras noches. Se trataba de una antigua reproducción polícroma cuyos tonos, vivos en su momento, se habían decolorado, desteñido —rojo casi rosáceo, verde y azul ya grises—, diluidos en lo que con la edad se transforma la piel («¡Visiten la piel! ¡Sus arrugas, sus repliegues, sus varices, sus venillas! ¡Una experiencia inolvidable!»). Resultaba difícil determinar si el tema del tatuaje, ya casi ilegible, era una sirena clásica, un delfín a la medida u otra cosa, pero a buen seguro era obra de un técnico cualificado; el perfil de Biscuit, en el antebrazo de Marie-Odile, era obra sin lugar a dudas de un aficionado.
Sirena o delfín, ese motivo ya próximo a la abstracción evocaba una vieja etiqueta en una vieja prenda que os va ancha, que ya no os va, que ya no lleváis, o una antigua pegatina en el cristal trasero de un coche de segunda mano, marca desaparecida de lubricante o de dispositivo antiparásitos. Pero su presencia movía a pensar que Marie-Odile debió de pasárselo bien en su juventud, dado que la boga del tatuaje detrás del hombro, habida cuenta de su edad, se remontaba a una época en que las chicas que se lo hacían no eran las menos descocadas. De lo cual Pognel concluyó que, en tiempos, Marie-Odile debió de ser lo que algunos denominan una vividora, otros una mujer de vida alegre u otros, menos finos que nosotros, una zorra de cuidado.
Dedicaban las tardes a leer el periódico, a hacer crucigramas, a echarse una siestecilla o a los videojuegos. Al anochecer, Pognel sacaba a mear a Biscuit. Cenaban y, por las noches, a veces iban a ver una película al multicine de Gambetta o, sin pelearse para elegir los programas, veían otra película en la televisión, o bien una tercera película telecargada en el ordenador. En lo que respecta a sus noches de amor, eran formidables. Una vez más contra lo que se podía esperar, Marie-Odile se mostró capaz de desempeñar alternativamente los papeles de madre protectora, niña inocente y puta imaginativa. Clément Pognel, quien no había conocido sexualmente en su vida más que sevicias, y ello con un papel siempre pasivo, las primeras noches experimentó, qué duda cabe, ciertas aprensiones. Con todo, se impuso arrostrar, afrontar aquella nueva situación, asumir responsabilidades: lo consiguió muy bien, fue el primero en sorprenderse. En el registro amoroso, Pognel se mostró sumamente activo, ingenioso, exhaustivo y entregado a su tarea: en resumidas cuentas, extremadamente viril. Bueno, a decir verdad, todo iba de perlas por el momento. "



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