Los olvidados (fragmento)Ángel María de Lera
Los olvidados (fragmento)

"Se atrevió a mirarla, no furtivamente como antes, sino en actitud confiada y contemplativa. La seguía en todos sus movimientos, y cuando la muchacha, dándose cuenta de aquella muda admiración, se volvía de pronto para mirarle interrogativamente, él le respondía con una sonrisa. Luego pasó a las palabras y con cualquier pretexto procuraba entablar conversación con ella.
Aquellos escarceos se desarrollaban en un tono neutro, y las conversaciones versaban sobre cosas y hechos objetivos, sin que en ningún momento él se atreviera a insinuar su ambicioso deseo de posesión. Emilio era, fundamentalmente, tímido y carente de imaginación. No tenía gracia ni se le ocurría ninguna idea bonita. Sus palabras eran, por tanto, vulgares. Y toda la fantasía palabrera del amor se le antojaba una frivolidad impropia de un muchacho serio y positivo como él.
Mercedes, por el contrario, que había visto el amor visceral desarrollarse en su torno con un realismo repulsivo, sentía la necesidad de las más bellas alegorías, de ese juego de luces irreales con que el amor se viste en la imaginación de los hombres. Era soñadora y sensitiva. Sin embargo, la atmósfera de peligro que la rodeaba le hizo concebir la esperanza de que Emilio, con el tiempo, pudiera llegar a enamorarla. Por otra parte, hasta en sueños le sonaban las palabras de Martina como un estribillo: «Nada hay tan hermoso para una mujer como el matrimonio, aunque el marido sea malo». Por eso Mercedes se dejó cortejar por Emilio, aunque las palabras y las ideas del muchacho le produjeran cansancio y aburrimiento.
Un día se atrevió Emilio a hacerse el encontradizo con la muchacha cuando ésta volvía de casa de don Jesús. Preparó el encuentro torpemente, y ante la sonrisa irónica de Mercedes, el pobre muchacho se azaró y anduvo unos momentos como atontado, balanceándose entre unos cuantos razonamientos y excusas contradictorias. Luego se calló, definitivamente confundido. "



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