El pesador de almas (fragmento)André Maurois
El pesador de almas (fragmento)

"Me miró largamente, como un arquitecto que calcula con la mirada la fuerza de una viga o de un muro, —Desde luego, usted me reitera su promesa de que no hablará a nadie de lo que aquí ha visto. Perdería de golpe mi puesto y los medios de continuar mis experimentos.
Le estreché la mano y salí. Encontré difícilmente mi camino en medio de la niebla, y no llegué al hotel hasta las tres de la mañana. No pude dormir.
Llego al punto de esta historia en que las circunstancias me llevaron a desempeñar un papel más importante, y quiero confesar sin demora, que fui culpable, pese a la promesa solemne que hice a James, de hablar a un sabio francés, aunque de manera indirecta, de las investigaciones de mi amigo. Sin embargo, merezco disculpas. En primer lugar, no fue deliberadamente, sino casualidad quien por entonces me deparó oportunidad de conocer a Monestier. En segundo lugar, se verá que las preguntas que yo hice fueron de tal naturaleza que ni por un momento pudo sospechar que un médico realizara tan extrañas investigaciones. Y, por último, diré que mi conducta, por imprudente que fuera, permitió a James dar un paso decisivo hacia la solución del problema.
Llegué a París un sábado, y la noche del mismo día cené en casa de unos amigos. En la mesa, Monestier se sentó a mi lado. Yo le admiraba desde hacía tiempo, porque con Juan Perrin y Langevin es no sólo uno de nuestros grandes físicos, sino también un perfecto escritor. Quedé encantado de este hombre. Tenía los ojos azules y vivos de un niño, cabellos blancos y voz rápida y joven. Recuerdo que me habló primero de los trabajos de Esnault-Peiterie y de la posibilidad de un viaje a la Luna. "



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