Dimiter (fragmento) "Cuando volvió a Jerusalén, se acercó a Fuad’s, su cafetería predilecta, en el barrio cristiano; si hacía buen tiempo, se sentaba fuera, enfrente de la única e impresionante puerta de la iglesia del Santo Sepulcro. Era un monumento de piedra del siglo IV, levantado sobre el lugar de la crucifixión y entierro de Jesucristo. Todas las madrugadas, a las cuatro y media en punto, y de nuevo a la puesta del sol, dos miembros de diferentes familias musulmanas, los Yude y los Nuseibe, llevaban a cabo el ritual de abrir el santuario. Saladino había nombrado «guardianes de la llave» a los Yude y, más tarde, «ayudantes» a los Nuseibe. A una hora determinada de la mañana y de la tarde, un Nuseibe llevaba a un Yude la llave de veinticinco centímetros; este subía entonces por una escala de mano y abría o cerraba la puerta. A veces Meral presenciaba la ceremonia del cierre y a menudo el Nuseibe, el Yude o ambos se acercaban después a su mesa y tomaban café con él. Disfrutaban de su compañía. Meral el bueno, el protector. No podía decirles que lo interrumpían con su compañía, que él no iba a allí por el café, sino para contemplar el lugar de reposo de Jesús mientras repasaba hechos de la resurrección como si de la investigación policial más metódica se tratase. Poco importaba que nunca alumbrase nuevas perspectivas, desarrollara una teoría distinta o desenterrase hechos desconocidos. Lo único que buscaba era el consuelo de los antiguos: la verosímil contención de los relatos evangélicos, narrados en pocas palabras, tan absolutamente desprovistos de exageración y fanfarria que parecían suponer que no sólo eran los hechos conocidos a ciencia cierta, sino que todo el mundo los creía y no se precisaban esfuerzos de vendedor para narrarlos: que las apariciones nunca sucedieron de noche, sino a plena luz del día, y que la idea de la resurrección del Mesías —mucho más poderosa que la del Mesías fracasado— era una novedad, si no un acontecimiento sin precedentes en la tradición judía de la época. " epdlp.com |