Pascual López (fragmento) "Con la misma cautela que puse al entrar dejé la habitación, solicitado por los elocuentes ademanes con que Pastora me señalaba la puerta. No hablamos otra palabra, y en breve me hallé lejos de aquella casa, recorriendo las calles sin dirección fija. Me sentía a la vez enorgullecido y malcontento, en una de esas situaciones complejas que piden desahogo. La ciudad estaba tan reposada y soñolienta como inquieto yo. No se oía más que el paso presuroso de algún tardío transeúnte dirigiéndose a la cotidiana tertulia, o el ladrido lejano de algún perro. Estaba la noche entreclara, sin luna, pero las estrellas bastaban a iluminarla. Llevado de mis pensamientos, caminé hacia la Alameda y una vez allí seguí la dirección del hermoso paseo de Bóveda, más conocido por la Herradura, elevado semicírculo, desde el cual se domina, como a vista de pájaro, Santiago y un extenso anfiteatro de montañas, destacándose sobre la perspectiva de la ciudad las torres de la catedral, elegantes cúpulas que rompen la monotonía de las líneas de casas, confundidas entre la oscuridad y distintas únicamente por la mancha más sombría del verdor de las huertas. Reinaba una quietud profunda en el lugar, y un solo leve soplo de viento remedaba en las copas de los árboles voces misteriosas. Me dejé caer en un banco: ante mí, por entre dos troncos, vi oscilar algunas luces en la ciudad, y particularmente en ciertas casas ya aisladas y próximas a la falda del monte, un grupo de tres lucecitas vagarosas y bailadoras se movía y cruzaba como si ejecutase fantástico solo de rigodón. Me embocé en mi capa, porque el frío, en aquel sitio alto y montuoso, era recio. Las luces seguían danzando, y he de advertir que los gallegos asociamos multitud de ideas supersticiosas a estas luminarias movedizas y andariegas: razón por la cual yo miraba algo fascinado los resplandores de las saltarinas luces. De pronto, pegué un respingo: un hombre estaba sentado, arrimadito a mí, en el mismo banco, sin que yo supiese cómo ni cuándo había venido. Me quedé de una pieza. Lo peregrino del suceso, la hora, el lugar, el silencio y recogimiento maravillosos, pusieran pavor en el ánimo más entero y valiente. Vergüenza me da hoy confesarlo: mas es lo cierto que el sobresalto me paralizó, hasta no consentirme echar a correr, ni menos volver y mirar cara a cara al inesperado acompañante. Así permanecimos unos segundos, en que yo oía distinto y claro el ruido de las palpitaciones de mi corazón. " epdlp.com |