La fontana sagrada (fragmento)Henry James
La fontana sagrada (fragmento)

"No sabía nada de nada sobre él, y toda la estructura que yo había alzado en el aire con la ayuda de él, ante el toque que de esta guisa ella le administró, tal vez se habría desmoronado si su solidez hubiese dependido exclusivamente de eso. Tuve un momento de sorpresa que, de haber durado otro momento más en cuanto pura y simple sorpresa, con igual celeridad tal vez se habría convertido en algo semejante a un disgusto. Por fortuna, en vez de eso se convirtió en algo aún mas semejante al entusiasmo que lo que hasta entonces había yo sentido. El mandoble fue extraordinario, pero extraordinario en razón de su nobleza. En él vi de inmediato, desde el momento en que me hube formado mi parecer, más cosas exquisitas que nunca. Por ejemplo vi que, espléndidamente, ella deseaba no incriminarlo. Todo lo que nos habíamos intercomunicado, nos lo habíamos intercomunicado en silencio, mas era asunto bien diferente lo que podíamos intercomunicarnos con palabras. Por lo tanto nos miramos mutuamente con una impostada sonrisa a cuenta de cualquier cuestión de identificaciones. Era como si hubiese sido una cosa —para su aturdida intensidad relajada— delatarse ante mí, y otra muy distinta delatar a otra persona.
Y no obstante, superficialmente paralizado como me había quedado por el momento, enseguida reconocí fácilmente en esta instintiva restricción —el último, el expirante esfuerzo de su innata lucidez— una demostración supremamente persuasiva. Resultó aún más persuasiva que si ella hubiera hecho alguna de las cosas ordinarias: balbucear, mudar de color, exteriorizar aprensión ante lo que el hombre nombrado podía haberme dicho. Gracias a mí ella se había enterado de que él y yo habíamos hablado sobre ella, pero ella no admitía la idea de que él hubiese podido tener algo que decir acerca de ella. Advertí — ítem más— que no había nada favorable a mi propósito (teniendo en cuenta que mi propósito era comprender) que ella habría tenido, tal como estaban las cosas, suficiente capacidad para imputarle. Para mí fue extremadamente curioso adivinar, justo en este punto, que ella no tenía ningún atisbo de la auténtica razón del venturoso efecto de Brissenden sobre sus nervios. Era el efecto, en tanto en cuanto provenía de él, del cual por ahora una hermosa delicadeza le prohibía rendirme cuentas; pero ciertamente ella misma se hallaba aún en la etapa de considerarlo una anomalía. ¿Por qué, por otro lado, tal como yo habría podido preguntarme, ella no se había precipitado sobre la oportunidad, sobre el alivio, de ver que se la acusaba de unas preferencias lo bastante irrelevantes para poder ser “trabajadas”? ¿Por qué no se había sentido inmensamente satisfecha de que propiciamente la gente pudiera emparejar su nombre con el del hombre equivocado? ¿Por qué, en resumidas cuentas, según el lenguaje que Grace Brissenden y yo habíamos utilizado juntos, el marido de esta dama no constituía el súmmum de una pista falsa? Pues precisamente porque, lo percibí, la relación personal que se había establecido entre ellos era, a la hora de la verdad, una relación íntima: la relación de un compañerismo que se resistía a la perdición. "



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