Lo que arraiga en el hueso (fragmento)Robertson Davies
Lo que arraiga en el hueso (fragmento)

"Los Cornish se apresuraron a construir su casa en un terreno que quedaba a la vista de St. Kilda, al otro lado de un camino que pasaba junto al jardín de la gran casa. Era grande, aunque no tanto como la mansión del senador, y la gente de Blairlogie se burlaba diciendo que quizá el mayor quisiera dar hospedaje. ¿Para qué quería semejante casa una pareja joven con un niño pequeño? Además era moderna, o por tal pasaba en aquella época, y corrió la voz de que varias habitaciones no iban a ser empapeladas y las habían rebozado con una especie de arenilla para pintar encima. Tenía muchas ventanas, con lo difícil que era de por sí, en aquel clima, calentar las casas sin tanto cristal. Pusieron calefacción por vapor, a pesar de lo costosa que era, y una cantidad escandalosa de cuartos de baño, todos adyacentes a los dormitorios, además de un lavabo con retrete en la planta baja, por lo que, quien entraba en él no podía disimular decentemente adónde iba. A los fisgones no se les puso la cosa fácil, aunque, cuando se construía una casa, era costumbre acercarse a ver qué tal marchaban las obras.
Con todo, el escándalo que provocaba la casa fue mínimo, en comparación con el de ver dirigirse al mayor y a su mujer a la iglesia anglicana casi todos los domingos por la mañana. Eso sí que era un bofetón en la cara de los McRory: ¡un matrimonio mixto! ¡Habrá que verlo, cuando el pequeño crezca! Seguro que será católico. ¡Buenos son los papistas, como para soltarlo!
Pero no se veía al niño por ninguna parte. Nunca lo sacaban a pasear en su cochecito y, cuando preguntaban a Mary-Jim directamente por él, ella decía que estaba delicado de salud y necesitaba muchos cuidados. «Seguro que ha nacido con un ojo de cristal, como su padre», decían los deslenguados. O quizá hubiera nacido tullido, decían otros, pensando que no sería el primero en Blairlogie. Con el tiempo se sabría.
No lo averiguaron cuando la construcción terminó y se amuebló la casa. («¿Ha visto usted los cargamentos de muebles que han llegado a la estación desde Ottawa e incluso desde Montreal?») Mary-Jim sabía lo que tenía que hacer y, a su debido tiempo, el Clarion publicó una pequeña noticia anunciando que cierto día de junio la señora de Francis Cornish recibiría en su casa, Chegwidden Lodge.
Eso significaba, según la costumbre local, que todo el que no fuera polaco por los cuatro costados podía acudir a tomar una taza de té y a ver la casa. Acudieron por cientos, entraron en todas las habitaciones, sobaron los tejidos, fisgaron disimuladamente en cajones y armarios, fruncieron los labios y murmuraron, envidiosos, entre sí. ¡Cuándo se había visto una cosa así! ¡El dineral que debían de haber soltado! En fin, que les aprovechara, a ellos, que podían. Y eso de «Chegwidden Lodge»... ¡había que ver qué cosas! La mujer del jefe de carteros dijo que su marido había estado a punto de insistir en que dirigiesen la correspondencia a Walter Street, número 17, propiamente la dirección del solar antes de que lo edificaran. Por detrás, todos coincidieron en que eso sería lo máximo a lo que se atrevería el jefe de carteros, a pensarlo, y no hubo cambios al respecto. La mujer del jefe de carteros informó de que los sobres llegaban a las sacas con las palabras «Chegwidden Lodge» claramente impresas. ¡Tenían papel de cartas y sobres con membrete propio! Y Mary-Jim, corrigiendo la pronunciación a todo el mundo, diciéndoles que se decía «chekin», como si no supieran leer simple inglés... si es que esa palabra era inglesa, claro.
Aquélla fue la primera y última vez que Mary-Jim recibió en Blairlogie; se había avenido a abrir sus puertas una sola vez en consideración al cargo político de su padre. Al niño no se lo vio por ninguna parte. Lo habitual era presentar también a los chiquitines, para que todo el mundo los admirara y alabase lo maravillosos que eran. "



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