Cuando acabe el invierno (fragmento)Mary Ann Clark Bremer
Cuando acabe el invierno (fragmento)

"Mi nomadismo, la búsqueda de algo que estaba a la vez dentro y fuera de mí, me había llevado de acá para allá tras la muerte de Saul: «un duelo en tránsito», había escrito Virginia Woolf.
De Nueva York a Viena; de Viena a París; de París a Deauville; de Deauville a Londres; de Londres a París de nuevo. Y, al fin, hasta aquella casita en el Jura que me había acercado, definitivamente, a Suiza. Las montañas. Los lagos. Aquel aire y aquella imposibilidad de ascender todas las cumbres, como una metáfora de mi vida: riscos y despeñaderos. La falta de oxígeno. Los obstáculos por superar.
Por aquel entonces, anotaba tan sólo cada pensamiento que no me ligara al recuerdo de la muerte: cada pensamiento que esbozara un tono de felicidad futura, la promesa de alegría inmediata (ojalá). Leía y paseaba, incluso trataba de dibujar un poco.
Y, en las peores noches, odiaba a Saul por haberme dejado sola, por haber sucumbido a su condición de soldado de todas las guerras. Por haber antepuesto ¿qué cosa? ¿Qué sangre? ¿Qué bandera? a nuestro amor.
La casa en las montañas me enseñó de nuevo a estar sola. Y aquella soledad, paradójicamente, me empujó a acercarme a la gente. A la ciudad. A los cafés, a las salas de música y exposiciones. A escribir a los pocos conocidos que tenía en Europa.
Mientras recorría la ciudad en el taxi, hasta la residencia de Fanny, pensaba en todo aquello. En los primeros días en Zúrich. En mis excursiones solitarias a Ginebra y Basilea. En la inmersión completa en las severas ciudades suizas. Con mi aspecto de mujer también seria, algo fría (según Fanny tiempo después), ajena a todo en apariencia.
Pero, en realidad, con un deseo salvaje de conocerlo todo, de abrirme a todo.
Me puso triste un instante hacer memoria de los primeros días en Suiza tras «descender» del Jura a la realidad.
La profesora de alemán que contraté, los dos pintores italianos que vinieron al apartamento a reparar los techos y las molduras de las puertas, el camarero del restaurante al que acudí los primeros domingos sola, hasta que vi a Fanny también sola en el otro extremo del salón y me acerqué a ella.
Al principio no le hablé de Saul, sino, con una confianza que hoy me parece excesiva, de mi vida durante los últimos meses. De la casa que había vendido en Francia, de mi derroche en los casinos de Deauville, de mi fuga de la realidad hasta acabar en Londres y en otra realidad peor: la de un amor tenebroso que enfangaba al primer y verdadero amor. "



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