Oficina número 1 (fragmento)Miguel Otero Silva
Oficina número 1 (fragmento)

"Por las noches cerraban la bodega con candado y cerrojo. En cuanto a la puerta lateral de la casa, era reforzada por una tranca fornida en función de puntal, tronco tallado a hachazos que el Morocho Alegría había traído desde las orillas del río. A Oficina N° 1 seguían llegando delincuentes que campeaban por sus fueros en cuanto se tupía la oscuridad. Una y otra vez repetían el ardid de quemar una choza en un extremo de la población para robar en el opuesto mientras los cuatro policías luchaban por impedir que las llamas se propagaran en alas de la yesca de los techos de palma. Zigzagueaban los dados y se deslizaban las barajas españolas sobre cobijas mugrientas, al pie de cada chaparro. Estallaban las palabras más sucias y sacaban sangre las navajas, por un pleito de borrachos aquí, por una disputa entre tahúres más allá, y también porque las mujeres eran escasas y seguían afluyendo cuadrillas de hombres de todas partes. Hasta Luciano Millán, el capataz margariteño, tan persona de bien y tan respetado por todos, se metió a separar una pelea en lo oscuro y le asestaron un navajazo que de milagro no le dejó manco para siempre. Los rateros asaltaban una noche la quincalla del turco Avelino, convertido ya de vendedor ambulante en propietario de «La Tacita de Oro»; otra noche se metían en la tienda de Secundino Silva y no perdonaban ni la fonducha que habían montado dos chinos en un saliente de la calle Nueva Esparta. El jefe civil corría de ceca en meca con sus cuatro policías y escribía cartas apremiantes al Presidente del Estado en solicitud de refuerzos que nunca llegaban.
Aquel sábado en la noche fue singularmente tronitoso, tal vez porque a más de sábado era 31 de diciembre y la proximidad de un nuevo año inquietaba los ánimos y tomaba insaciables los gaznates de los bebedores. Los incendiarios convirtieron tres ranchos distantes en vértices llameantes de un inmenso triángulo de sombras. En el patio de la Cubana se desató una batalla campal que comenzó por una discusión melosa entre dos borrachos desprendidos que pugnaban por pagarse mutuamente las copas, pero intervino María Pollito en apoyo de uno de ellos y recibió una bofetada por entrometida, gritó el Morocho Alegría desde su mesa que él no permitía que se le pegara a una mujer en su presencia, respondió uno de los borrachos con una palabrota, apareció el chulo de la Cubana con un garrote y, al cabo de diez minutos, los taburetes volaban por el aire, le aplastaron el bandolín a Mirandita, una pedrada hizo añicos la lámpara de gasolina, la Cubana chilló mil injurias e insolencias desde sus tinieblas y la pobre María Pollito salió con la cabeza rota de un botellazo. "



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