Pierre et Jean (fragmento)Guy de Maupassant
Pierre et Jean (fragmento)

"La víspera hubiera llegado a la puerta de su cuarto, hubiese entrado, y sentándose al lado de la cama, le habría dicho: «Jean, tú no debes de aceptar ese legado que mañana podría hacer sospechosa a nuestra madre y deshonrarla».
Pero entonces no podía hablar, no podía decir a Jean que no le creía hijo de su padre. Tenía que callar, encerrar en sí propio la vergüenza que había descubierto, ocultar la mancha para que nadie la viese, ni su hermano mismo, sobre todo éste.
No pensaba ya siquiera en el vano respeto de la opinión pública. Hubiese querido que todo el mundo acusara a su madre con tal de que él la creyera inocente, él solo. ¿Cómo podría soportar el dolor de vivir a su lado creyendo que había concebido a su hermano en los brazos de un extraño?
¡Y, sin embargo, ella estaba tranquila y serena y parecía segura de sí misma! ¿Era posible que una mujer como ella, de un alma pura y un corazón muy sincero, pudiese caer, arrastrada por la pasión, sin que más tarde apareciese en sus remordimientos algo del recuerdo de su conciencia turbada?
¡Ah!, ¡los remordimientos! Los remordimientos debieron torturarla antes, al principio; luego se habían desvanecido, como se desvanece todo. Seguramente había llorado su falta y poco a poco acabó casi por olvidarla. ¿Acaso todas las mujeres, todas, no tienen la facultad prodigiosa del olvido, que las hace casi desconocer después de algunos años al hombre a quien han dado a besar su boca y todo su cuerpo? El beso hiere como el rayo, el amor pasa como la tempestad, luego la vida se serena como el cielo y sigue tranquila. ¿Quién se acuerda de una nube?
Pierre no podía permanecer en su cuarto. Aquella casa, la casa de su padre se le caía encima. Sentía pesar el techo sobre su cabeza, y las paredes le ahogaban; y como tenía mucha sed, encendió la bujía para ir a beber un vaso de agua fresca a la fuente de la cocina.
Bajó los dos pisos, y cuando subía con la botella de agua, se sentó en camisa en un escalón de la escalera, donde circulaba una corriente de aire, y bebió, sin vaso, a grandes tragos, como un andarín sin aliento. Después de beber le impresionó el silencio de la casa en que percibía hasta los menores sonidos. Primero oyó el reloj del comedor, cuyo tic tac le pareció más fuerte a cada segundo. Luego oyó otra vez un ronquido, un ronquido de viejo, corto, penoso y duro, el de su padre sin duda; y le espantó la idea que le ocurrió súbitamente de que aquellos dos hombres que roncaban en la misma casa, el padre y el hijo, eran completamente extraños uno a otro. Ningún lazo, ni siquiera el más tenue les unía y no lo sabían. Se hablaban con cariño, se abrazaban, se alegraban y se entristecían juntos por las mismas cosas, como si la misma sangre corriera por sus venas; y sin embargo, dos personas nacidas en los dos extremos más apartados del mundo no podían tener entre sí menos vínculos que los que tenían aquel padre y aquel hijo. Creían amarse porque había entre ellos una mentira. Una mentira era la causa de aquel amor paternal y aquel amor filial; una mentira imposible de descubrir y que no conocería nadie más que él, el verdadero hijo. "



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