Son más los que mueren de desamor (fragmento)Saul Bellow
Son más los que mueren de desamor (fragmento)

"Así que cuando mi padre dijo que yo tenía la cabeza en el culo, ésa fue la visión que me hizo reír. ¿Qué vería uno allí? ¿Era así la apariencia de la Atlántida —ese panorama en calma, quieto (cortesía de la resonancia electromagnética)? A eso conducía la mágica tecnología. Presionando hasta la frontera de la literalidad, uno entraba en áreas visionarias de las que la ciencia no quería saber nada.
Me hubiera gustado hablar de eso con M. Yermelov. En los viejos tiempos, habría ido a la Rué du Dragón y habría llamado a su puerta, pero hacía una década que estaba muerto. Ese Yermelov fue el primero de mis maestros rusos. Un anciano exiliado —desde los años veinte— que conocía la tradición mística. Mi abuelo materno, Crader, la había tocado un poco —los Arboles de la Vida y del Conocimiento. Pero Yermelov estudiaba a Trismegisto, el Zohar, Eliphas Levi, Giordano Bruno, Paracelso. A lo largo del bulevar Saint-Germain había tiendas especializadas en ese tipo de literatura. Yermelov trató de instruirme un poco. Yo tenía voluntad y receptividad, pero era demasiado joven. De todos modos, el viejo parece haber dejado una huella imborrable en mi mente, puesto que aún recuerdo lo que decía. Me explicó que cada uno de nosotros tiene su ángel, un ser encargado de prepararnos para una evolución más alta del espíritu. Ahora estamos esencialmente solos, primero en el sentido de que la cosmovisión imperante nos impide reconocer a los ángeles y, segundo, por nuestra defectuosa aprehensión de la existencia de los demás y, consecuentemente, de nuestra propia existencia. En la soledad que esto nos impone, cada uno de nosotros se da cuenta de que tiene un pequeño glaciar en el pecho —como cuando Matthew Arnold escribió que tenía treinta años y que tres cuartas partes de su corazón estaban congeladas. Este glaciar debe descongelarse, y el calor necesario para conseguirlo debe, para empezar, desearse. El pensamiento empieza con el deseo y debe ser calentado y coloreado por el sentimiento. La tarea de los ángeles es instalar calor en nuestras almas. Bueno, la habitación de la Rué du Dragón estaba helada; el viejo llevaba capas de jerséis durante las lecciones y también se envolvía en mantas. Podía comprenderse que el calor fuese para él un motivo de preocupación. Debemos asistir a los ángeles haciendo las preparaciones necesarias. Aquí, la dificultad estriba en que el despertar de la conciencia es, hoy en día, muy exiguo. El ruido del mundo es tan horrible que sólo podemos soportarlo cubriéndonos con el sueño. Cuando los ángeles tratan de instilar calor dentro de nosotros —el calor del amor—, podemos ayudarles muy poco desde dentro. Y, además, los ángeles son falibles. Una vez fueron humanos, es por eso que están sujetos a la confusión. "



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