Una derrota bastante honrosa (fragmento)Iris Murdoch
Una derrota bastante honrosa (fragmento)

"Se sentía muy feliz. En la quinta mañana había pasado en el Museo algún tiempo. Hacía mucho calor. Había dado ya su rutinario paseo por las demás salas. Tuvo la alegría de encontrar solo otra vez al kouros. Pasó a un lado de la estatua y le pasó la mano levemente por la espalda. Luego la llevó hacia abajo muy lentamente, señalando la curva de la nalga y pasó sus manos con suavidad por el interior de un muslo. En ese momento se dio cuenta de que alguien lo miraba. Era Axel.
Éste acababa de llegar a la entrada de la sala y contemplaba con seriedad la pequeña escena de amor. Simon reconoció al intruso en seguida y sintió una inmediata punzada de alarma. Pero por alguna razón se quedó inmóvil sin quitar la mano de su exquisita posición. Después de un momento Axel avanzó y con gran deliberación y solemnidad puso su mano sobre la de Simon.
Media hora después estaban sentados en un café bebiendo ouzo. Axel, después de aquel primer gesto en el Museo, había vuelto a ponerse formal. Pero un leve destello de humor en sus ojos revelaba que se daba cuenta de la magnitud de su indiscreción y también que no le importaba. “En el Museo Británico no podría haber sucedido aquello querido”, le dijo a Simon más adelante. Sentados en el café, charlaron de política griega, de Byron, de los hoteles del viaje de Axel (aquella era su primera mañana en Atenas), de la comida y la bebida, de una excursión a Delfos y de lo mal que estaba el cambio en relación con la libra y cada uno de ellos informó, como quien no quiere la cosa, que estaba solo.
Después de aquel primer contacto, Simon supo que algo asombroso había ocurrido. No dejaba de mirar a Axel en el café. Parecía muy diferente, extraño y glorificado. Simon deseaba muchísimo tocarlo. Le angustiaban los cálculos que hacía sobre sus posibilidades. Le ponía malo la mezcla de alegría y terror que sentía. Agradeció a los dioses que de verdad estuviese solo. Rogó por la humildad del verdadero amor ser favorecido mucho más allá de sus méritos. Le rogó a Apolo y se postró mentalmente ante la figura con la que se había tomado tan raras libertades. Axel seguía hablando de antigüedades y del vino griego, pero seguía en sus ojos aquella mirada humorística y llenaba a Simon de insensatas esperanzas. "



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