Las puertas de la noche (fragmento) "Por supuesto, el corazón no es un libro abierto, quizá no sea ni un libro, pero está plagado de escrituras. Hay que prestarle atención si se quiere leer en él, pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones sobre la claridad. Entre los libros judíos hay uno, Eclesiastés, narrado por Cohélet siglos antes de Cristo, que se declara en rebeldía contra toda pregunta y que simplemente niega: no hay consuelo, no hay inmortalidad, la obra humana no significa nada, Dios es el nombre de la ausencia. La mortalidad del hombre y de la bestia es la misma, la muerte es una para todo lo que existe sobre la tierra. Ojalá no hubiéramos nacido. Contamos los días de nuestra existencia, porque sabemos que se acaban. Los placeres y las alegrías los pone Dios en el corazón del hombre para que olvide el cómputo de sus días. Ése es el trabajo, fuera contabilidad. Ya el tiempo nos cuenta, porque hay un tiempo para cada cosa. No intentes consolarte, porque añadirás más dolor. Sólo te queda el placer, que es olvido, que es presente absoluto, en que las horas y los días se diluyen. Pero el Eclesiastés oculta la paradoja: el placer y la alegría tienen límites, y al cesar resucitan las imágenes temidas (esa petite mort que sucede a todo éxtasis). Además: lo que se hace para olvidar deviene en una forma de recuerdo, en una desesperación desviada que devuelve el motivo multiplicado. El tiempo se detiene, pero la memoria no. Y así la satisfacción se cumple y se saborea con amargura. Emplazada en olvidar la cuenta de los días, la conciencia que pinta el narrador Cohélet es solitaria en extremo. Los otros no sirven, el mundo está regido por la injusticia y la necedad. La sabiduría es la casa del dolor y donde abunda conocimiento abundan penas. En cuanto a las propias obras, son sólo vanidad y atrapar vientos, no te afanes demasiado. Y ésta es el alma en que, despojada de las otras almas, de la sabiduría y de las obras, se deposita enteramente la responsabilidad de hallar reposo (olvido). Nace con ella una subjetividad que reconocemos, dolorosa. Nadie solo, empozado en sí mismo, puede con eso. Le esperan, en el fondo de su mundo clausurado, la impotencia y el desbordamiento. La subjetividad tiene una larga y aplaudida historia, que coincide con la revelación de su verdadera identidad, paciente y sufriente. El yo es una confesión (y casi siempre está confesándose) de todos los males que le aquejan. Sí, eres tú, porque sufres. " epdlp.com |