La maldición de la banshee (fragmento)José María Latorre
La maldición de la banshee (fragmento)

"Mi odisea me había quitado las ganas de leer, pero aun así busqué el libro de Walter Scott para dedicarle un rato hasta que me llegara el sueño y gracias a él dejara de pensar en lo que acontecía fuera de mi dormitorio. El libro no estaba donde lo había dejado, y por mucho que busqué, ya con la luz dada, no lo encontré en ninguna parte. Alguien había entrado aprovechándose de mi ausencia y se lo habría llevado; alguien que tuviera una llave maestra capaz de abrir todas las puertas de la casa. Me parecía improbable que hubiera sido mistress Frankland porque no se habría atrevido a hacerlo. La única persona que podía tener otra llave así en Kavanagh Hall era Charles, pero... ¿con qué intención se había llevado el libro? ¿Para devolverlo a su sitio en la biblioteca, o más bien para darme a entender su poder, su capacidad para entrar cuando quisiera en mi habitación? Comprobé que, con el nerviosismo, al salir había olvidado echar el cerrojo desde fuera, pues de no ser así no habría podido entrar por mucha llave maestra que tuviera.
Decidí que al día siguiente le comentaría a mistress Frankland la necesidad de cambiar la cerradura del dormitorio, aunque dudaba que hubiera en la casa otra para sustituirla, y si la había probablemente la llave maestra serviría para abrirla también. Movida por una sospecha me acerqué a la puerta. El amuleto tampoco estaba en el suelo. Todo eso hizo que me preguntara por la extraña conducta del hijo de los Kavanagh, a menudo encerrado en su laboratorio, sin acudir nunca al comedor, espiándome desde la penumbra y ahora entrando en mi habitación para arrebatarme el libro y el amuleto, así como por el motivo de que la tumba de Wilfred de Kavanagh estuviera abierta y vacía. ¿Habría sido también obra de Charles? No podía entender que hubiera alguien interesado en abrir un nicho y apoderarse de unos restos humanos. Era evidente que Kavanagh Hall encerraba un secreto, cuya clave se hallaba en ese hombre, y la curiosidad que eso me inspiraba era mayor que mi temor: como si me sintiera atraída por el abismo, algo que nunca me había sucedido. Charles Kavanagh lo había expresado con claridad al hablar de la fascinación que inspira lo prohibido. En esos momentos ignoraba, por fortuna para el mantenimiento de mi cordura, que la incógnita o el secreto iban a ser despejados ese mismo día. "



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