Memorias del condado de Hecate (fragmento)Edmund Wilson
Memorias del condado de Hecate (fragmento)

"Este cambio de rumbo estaba relacionado con —y hasta puede que se viera influenciado por— el conjunto reciente de mis tendencias políticas. Había adquirido la costumbre de comprar periódicos radicales, en especial la prensa comunista; y había contraído la adicción de leerlos, y me habían espoleado a estudiar a Marx y a Lenin con mucha más seriedad que hasta entonces. Lo cierto era, llegué a percatarme ahora, que en la época en que me consideraba un socialista tendía a pensar que la revolución marxista era algo que había sucedido en Europa y sobre la cual leías en periódicos y libros, y que podías tomar partido fervientemente y polemizar al respecto, como en el caso de Robespierre y Cromwell, pero que nunca parecía formar parte de tu mundo real ni ser una posibilidad concebible para Norteamérica. Pero ahora me estaba persuadiendo de que nuestros grupos de americanos pudientes constituían una bourgeoisie y de que nuestros obreros de las fábricas y peones de granja, nuestros pobres granjeros y jornaleros de fruta y leñadores estaban siendo reducidos a la condición de un proletariado desposeído, en los sentidos en que los grandes socialistas europeos y rusos habían utilizado estas palabras.
Había pasado la Navidad con mis padres en Detroit y había visto la ciudad abatida extenderse por la desolada tierra llana y quebrar a sus bancos, parar a sus fábricas y vaciarse sus manzanas de comercios y viviendas. El gran apogeo de la carrera de mi padre había sido la gesta de elaborar para General Tires una coordinación maravillosa entre los diferentes departamentos de la empresa, el de producción, distribución y gestión, en virtud de la cual los conflictos tenían que resolverse meticulosamente gracias a un sistema de comités interdepartamentales con objeto de ahorrar esfuerzos y costes innecesarios. Este sistema lo englobaba todo, salvo los intereses del público y de los trabajadores, a los que en absoluto se había tenido en cuenta. Pero mi intento de que mi padre lo entendiera solo sirvió para poner de manifiesto su convicción inquebrantable de que la depresión era la voluntad de Dios, al igual que un terremoto, una sequía o una inundación. Era un hombre afable y de buen carácter —había siempre algo juvenil en él— y le disgustaba que General Tires hubiera tenido que despedir a sus viejos empleados: contribuyó con una aportación insólitamente generosa a los fondos de ayuda a los parados; pero en ocasiones me desesperaba puerilmente que mis argumentos se vieran contrariados por su negativa a ver las razones lógicas que siempre impedirían el funcionamiento del sistema, y por su total incapacidad de imaginar un mundo en el que no reinara la libre empresa. Supongo que también le reprochaba que fuese culturalmente inferior a mi madre y a mí. Él estaba orgulloso de la música de mi madre, y aunque al principio yo le había decepcionado, nunca puso un especial ahínco en disuadirme de que estudiara arte; sus conocimientos no iban más allá de teclear un vals al piano y decorar su despacho con grabados Remington de cazadores, puestas de Sol y alces. "



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