Tarabas (fragmento) "Toda la paz beatífica de aquel viernes terrenal que tocaba a su fin, que parecía avanzar hacia el celestial y sagrado sábado, era acogida por Nathan Kristianpoller con el corazón abierto. A la noche siguiente pensaba escribir una carta a su mujer, a Kyrbitki, para pedirle que volviera a casa. «Corazón mío —pensaba escribir—, con ayuda de Dios nos hemos liberado de la guerra y se nos ha devuelto la paz. Dios quiere que tengamos aún una guarnición de soldados, pero el coronel no es tan peligroso como parece, y aun pensando que es un alto oficial, no es un salvaje. Creo que no es un mal hombre y que incluso tiene temor de Dios…». Mientras Kristianpoller concebía esta carta, se cortaba las uñas con la navaja en honor al sábado próximo y miraba una y otra vez a la calle por la ventana, a la espera de nuevos clientes. De pronto se le heló el corazón. Se puso al acecho. Seis disparos de pistola —¡ah, qué bien podía diferenciarlos de los tiros de fusil!— sonaron uno tras otro en el patio. Súbitamente se extinguieron todos los rumores pacíficos del exterior: los graznidos y cacareos de las aves, los alegres gritos de los campesinos, el relinchar de los caballos, las carcajadas de las campesinas. A través de la ventana, Kristianpoller vio cómo los campesinos en la calle abrían la boca, se santiguaban y saltaban veloces de sus carros, en los que se habían sentado ya, dispuestos a partir. Como si los súbitos disparos hubiesen herido de algún modo el día, pareció que la oscuridad sobrevenía de pronto. Frente a la posada, en la pequeña tienda del vidriero Nuchim, reinaba una oscuridad casi total, aunque las ventanas estaban abiertas. Sólo se veía el plateado resplandor del blanco mantel preparado para el sábado. Un funesto presentimiento ordenó a Kristianpoller abandonar provisionalmente la posada por la ventana. Saltó por ella a la calle y corrió como una exhalación hacia la casita azul y decrépita del maestro vidriero Nuchim. " epdlp.com |