La ofrenda (fragmento)Gustavo Martín Garzo
La ofrenda (fragmento)

"Miss Hansson era una mujer extremadamente delgada. No debía de pesar ni cuarenta kilos, pero sus ojos brillaban con intensidad febril. Te recibió recostada sobre varias almohadas, y, tras las presentaciones, le pidió al doctor que os dejara solas un rato. Te tuteó desde el principio. Eres muy guapa, te dijo, e imagino que esta casa te ha debido de parecer un poco sombría. Pero no temas, en ella no corres ningún peligro. Te pidió que te sentaras a su lado y continuó hablando. El doctor te habrá hablado de mis numerosas dolencias y de los cuidados que necesito, pero no le hagas caso. Exagera. Mi única enfermedad es la vejez y prometo no darte la lata. Sobre la mesilla había una bandeja con una botella de champagne, y te pidió que le sirvieras una copa y que la acompañaras sirviéndote otra para ti. Brindasteis por la vida que ibais a compartir. Adoro el champagne, exclamó, con las ostras es el único vicio que todavía me permito. En la mesa había una figura de terracota. Era la cabeza de una mujer de serena belleza. Rose Hansson te dijo que procedía de Nigeria, y pertenecía a la cultura igbo. La figura tenía los ojos en forma de granos de café y en las comisuras de la boca se observaban las escarificaciones rituales. Su tocado, sencillo y elegante, se elevaba en los laterales y el cabello se recogía en la parte posterior. Miss Hansson te dijo que lo más probable es que formara pareja con otra cabeza de hombre, pues casi todo en esas culturas giraba sobre la dualidad masculino-femenino. Luego te preguntó qué te había hecho abandonar ese país admirable que era España para viajar hasta ese remoto lugar del mundo a cuidar de una anciana. Le contestaste que te habías cansado de tu trabajo y querías probar algo nuevo. Había en la cara de miss Hansson una expectación luminosa que desmentía su edad. Te habló entonces de la casa, del sueño que había compartido con su marido de encontrar un lugar donde esconderse del mundo para vivir la vida que querían.
Mientras la escuchabas, no podías apartar los ojos de la cabeza de terracota. Pensabas en lo que Rose Hansson te había contado de ese compañero que había sido modelado junto a ella, de lo importante que para esas culturas era el vínculo entre un hombre y una mujer. En ese vínculo estaba la energía que renovaba las cosas. Y recordaste los primeros días de tu vida con Gonzalo. Cuánto te gustaba despertarte y verle dormido a tu lado, cuánto verle afeitarse frente al espejo, o sentirte rodeada por sus brazos. Cuánto amabas sentir su fuerza cuando hacíais el amor. Una niña jugando con serpientes, eso era el amor para ti. "



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