Ayer, 27 de octubre (fragmento)Lauro Olmo
Ayer, 27 de octubre (fragmento)

"Regaliz salta y se enrosca sobre el cómodo lecho que le ofrece su amiga. Ésta, afectuosa, le acaricia suavemente el lomo. Y al mismo tiempo su mirada, poco a poco, se va alejando. Y llega un momento en que todo se amansa. Algo así como si el tiempo se quedara quieto. Y matizando esta quietud, destaca, bondadosa, la mano acariciante de Felisa la Sorda que, en su lento moverse, parece estar acariciando el lomo del mundo. Sobre los tejados de Calle Nueva, 5, está cayendo la tarde. Y esto le sucede ya desde hace muchos años. Si no todas, muchas tardes le han caído tan triste, tan melancólicamente como ésta. Las tejas rojas, vivas a veces, ahora ofrecen un matiz lánguido, a punto de sueño. Y hasta el abierto tragaluz parece un necesario e inevitable bostezo. Metiéndose por él, se pasa al último rellano de la escalera. Y aquí, ocupando el centro de la pared frontal, se ve una puerta. Pertenece a la buhardilla y ahora está cerrada. Asomándose a la barandilla, puede apreciarse el poco carácter de esta casa. Es como si los escalones de piedra la deshumanizasen y le diesen una frialdad indiferente para todo lo que suba o baje. Lo único que la salva un poco es la carencia de ascensor. No hay trampa. Aquí subir o bajar cuesta lo suyo. Un detalle humano hubiera sido poner el pasamanos de madera, pero es de hierro. Muy difícil para la carcoma. La profundidad del hueco de la escalera no es mucha. Desde aquí se distingue perfectamente el primer escalón. Sin embargo, es una altura suficiente. Cualquier desesperado de la vida podría tirarse y matarse. Y si se tirase desde el quinto, igual. Y lo mismo ocurriría si lo hiciera desde el cuarto, o desde el tercero, o desde el segundo, o desde el primero. O, sencillamente, dándose de cabeza con el escalón inicial. Y si la decisión de anularse fuera muy fuerte, bastaría con que se sentase en este escalón y, fríamente, como la piedra misma, decirse: «¡Ea, amigo; esto se acabó! "


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