La epopeya del bebedor de agua (fragmento) "Así las cosas, eché a andar con dificultad a través de las plantas de soja, manteniendo mis ojos salientes en el Edsel mancillado, que traqueteaba por el lejano campo de rastrojos. Apenas distinguía la línea clara del camino por el que probablemente habíamos llegado. Corriendo y resbalando desnudo y por el terreno pantanoso, confié en que si acortaba camino por la orilla de la represa, cruzaría el camino antes que ella y lograría hacerle señas para detenerla. Quizás entonces estuviera de humor para llevarme. ¿Hacerle señas con qué?, me pregunté. ¿Con mi parte pudenda extrañamente encasquetada? Con el hatillo de ropa alto y seco bajo el brazo, me interné entre las dolorosas hierbas dentadas y el mantillo esponjoso, junto al borde helado de la represa. Un luctuoso estallido de negretas alzó el vuelo más adelante; un par de veces me hundí hasta las rodillas, tocando terribles cosas legamosas y podridas en el cieno. Pero en todo momento mantuve alta y seca mi vestimenta. Luego me encontré en un trigal sin cortar, con las cañas rotas y dobladas; afligente fue la marcha sobre los crujientes cascabillos arrugados, tan secos, afilados y quebradizos como la porcelana fina. Una pequeña charca me separaba del camino; no estaba tan helada como parecía y me hundí hasta la cintura, golpeando una cerca derribada y sumergida, cuyos alambres de púas sólo eran visibles a ambos lados de la charca. Pero estaba demasiado entumecido para sentir los innumerables cortes. Faltaba poco para nuestro afortunado encuentro. El Edsel verdimar dejaba a su paso el reguero de polvo de un milano que intenta despegar. Llegué a la cuneta del camino un segundo antes que ella pero estaba demasiado agotado para hacerle señas; me limité a quedarme allí, con mi hatillo de ropa indiferente bajo la axila, y la vi pasar como un bólido, con los pechos tan rectos como faros. Ni siquiera volvió la cabeza y las luces de freno no parpadearon. Anonadado, troté un poco tras su estela polvorienta... tan densa que tropecé en medio de la calzada y tuve que seguir mi camino a trancas y barrancas. Aún trotaba cuando el Edsel aumentó la distancia entre ambos; de pronto vi, tan cerca que casi me la llevo por delante, una destartalada camioneta roja aparcada al costado del camino. Me dejé caer contra la manilla de la puerta y noté que estaba a menos de dos metros de un cazador que limpiaba un pato en el capó. Había puesto el cuello flojo del ave en el brazo del espejo lateral; la sangre y los coágulos caían en el camino, el plumón se pegaba al cuchillo destripador y a su grueso pulgar. Al verme, estuvo a un tris de cercenarse la muñeca, con un repentino tirón que hizo rodar al pato sobre el capó y caer por el parachoques, lejos de su alcance. " epdlp.com |