La epopeya del bebedor de agua (fragmento)John Irving
La epopeya del bebedor de agua (fragmento)

"Así las cosas, eché a andar con dificultad a través de las plantas de soja, manteniendo mis ojos salientes en el Edsel mancillado, que traqueteaba por el lejano campo de rastrojos. Apenas distin­guía la línea clara del camino por el que probablemente habíamos llegado. Corriendo y resbalando desnudo y por el terreno panta­noso, confié en que si acortaba camino por la orilla de la represa, cruzaría el camino antes que ella y lograría hacerle señas para dete­nerla. Quizás entonces estuviera de humor para llevarme. ¿Hacerle señas con qué?, me pregunté. ¿Con mi parte pudenda extrañamen­te encasquetada?
Con el hatillo de ropa alto y seco bajo el brazo, me interné entre las dolorosas hierbas dentadas y el mantillo esponjoso, junto al borde helado de la represa. Un luctuoso estallido de negretas alzó el vuelo más adelante; un par de veces me hundí hasta las rodillas, tocando terribles cosas legamosas y podridas en el cieno. Pero en todo momento mantuve alta y seca mi vestimenta.
Luego me encontré en un trigal sin cortar, con las cañas rotas y dobladas; afligente fue la marcha sobre los crujientes cascabillos arrugados, tan secos, afilados y quebradizos como la porcelana fina. Una pequeña charca me separaba del camino; no estaba tan hela­da como parecía y me hundí hasta la cintura, golpeando una cerca derribada y sumergida, cuyos alambres de púas sólo eran visibles a ambos lados de la charca. Pero estaba demasiado entumecido para sentir los innumerables cortes.
Faltaba poco para nuestro afortunado encuentro. El Edsel verdimar dejaba a su paso el reguero de polvo de un milano que in­tenta despegar. Llegué a la cuneta del camino un segundo antes que ella pero estaba demasiado agotado para hacerle señas; me li­mité a quedarme allí, con mi hatillo de ropa indiferente bajo la axila, y la vi pasar como un bólido, con los pechos tan rectos como faros. Ni siquiera volvió la cabeza y las luces de freno no parpa­dearon. Anonadado, troté un poco tras su estela polvorienta... tan densa que tropecé en medio de la calzada y tuve que seguir mi camino a trancas y barrancas.
Aún trotaba cuando el Edsel aumentó la distancia entre ambos; de pronto vi, tan cerca que casi me la llevo por delante, una des­tartalada camioneta roja aparcada al costado del camino. Me dejé caer contra la manilla de la puerta y noté que estaba a menos de dos metros de un cazador que limpiaba un pato en el capó. Había puesto el cuello flojo del ave en el brazo del espejo lateral; la san­gre y los coágulos caían en el camino, el plumón se pegaba al cu­chillo destripador y a su grueso pulgar.
Al verme, estuvo a un tris de cercenarse la muñeca, con un repentino tirón que hizo rodar al pato sobre el capó y caer por el parachoques, lejos de su alcance. "



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