De la elegancia mientras se duerme (fragmento)Emilio Lascano Tegui
De la elegancia mientras se duerme (fragmento)

"Los novelistas exageran cuando ultiman los actores de sus cuentos en una catástrofe, en un incendio o en un crimen. No creen en la asfixia de los días monótonos. La florista no ofrecía más relieve que un alga seca. Sus cosas, su casa y su persona, en un único plano y en un único tono, recordaban por lo chatas y desvitalizadas esos fondos de paisajes a la sepia, comunes a todos los fotógrafos profesionales.
Los hijos de los degenerados viven antes que los otros niños. Han vivido hace siglos. La salud no significa en nosotros otra cosa que el tiempo normal. Un reloj descompuesto anda más que uno en perfecto estado. Vive más. Los hijos de los anormales han vivido hipotecados en sus padres. Nacen viejos. Nacen inteligentes hasta la locura. Nacen cuerdos hasta la mudez. Han vivido en el vientre de la madre, en la sangre del padre, años y años de un sensualismo agotador. Nacen con graves y pulidas cabezas. Sus ojos están marchitos como si hubieran visto muchos paisajes de Corot y si fuera gris su color planetario. Tienen cansadas las manos y muerden el seno de sus madres. Son amantes prematuros. Hijos de los grandes extenuados de la médula, son los niños sabios.
Por eso, era extraña la hija de un vecino, que debía morirse antes que las otras niñas raquíticas de Bujival. Al año hablaba con facilidad. Fue un espíritu hiperbólico. Las cosas no le interesaban por su existencia, sino por la sensación que le producían. No las tomaba. Les pasaba la mano por encima.
El ruido le preocupaba. Oía con atención y miedo. Traducía una intensa emoción por el ruido, tal como deben sentirla los marinos que quieren escribir el drama del viento en trescientas páginas. Las primeras palabras que enunció eran adjetivos. Las únicas. Conocía las cosas por su calidad. Llamaba al agua «fría», decía de la leche «dulce», decía del pan «duro». Y para precisar lo que era agradable como una manzana, su madre, un caballo de madera, un balde de plata, todo eso que le hacía llorar, decía «Boo». «Boo» era la palabra generatriz de la pequeña sensitiva que debía morirse una tarde de otoño, posiblemente porque no podían darle cuanto encontraba interesante su espíritu exigente de niña prodigio. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com