La Europa de la Reforma. 1517-1559 (fragmento)G.R. Elton
La Europa de la Reforma. 1517-1559 (fragmento)

"Los protestantes se veían ahora por primera vez ante la perspectiva de que, por fin, se reuniera de verdad el Concilio y, por consiguiente, necesitaban prepararse para esa eventualidad. La Concordia de Wittenberg de 1536 había dado por lo menos un razonable grado de unidad a las diversas corrientes de opinión. Lutero y Bucer estaban, por el momento, de acuerdo en lo referente a la última cena del Señor, y la política de moderación y paz que seguía Melanchthon parecía ofrecer, igualmente, oportunidades favorables. Los príncipes dieron instrucciones a los teólogos para que preparasen una declaración de fe, y Lutero redactó los artículos de Esmalcalda de 1537. En ellos no solo se reafirmaban los puntos fundamentales de la doctrina luterana, sino que también se justificaba la resistencia, incluso contra el propio emperador, cuando estuviese en juego la causa del Evangelio. A pesar de que estos artículos no fueron adoptados oficialmente, y de que las negociaciones no generaron decisiones importantes, sí demostraron que las iniciativas de paz que pudiera haber dentro del campo protestante no significaban que había que contemporizar con el enemigo de Roma. Los príncipes rehusaron la invitación que se les hacía para que asistieran al Concilio, e incluso antes habían manifestado ya su decidida adhesión al cisma. La oposición de Francisco I había liquidado el Concilio y había dado lugar a que sus eventuales debates no tuvieran ya aplicación a las nuevas circunstancias. Held abandonó su misión y organizó la Liga católica de Núremberg (Carlos, Fernando, los arzobispos de Mainz y Salzburgo, los duques de Baviera y Sajonia y dos Brunswick) con el propósito de que fuera un contrapeso de la de Esmalcalda, pero la Liga católica nunca tuvo entidad política o militar. Para lo único que sirvió fue para confirmar la división de Alemania; nunca desempeñó papel alguno en la política del emperador, que aceptó su existencia de muy mala gana.
Carlos no estaba convencido, ni mucho menos, de que la guerra era inevitable. Dejando a un lado las circunstancias que limitaban sus posibilidades en este sentido, Carlos era muy poco partidario de resolver las cuestiones por la fuerza de las armas. Ni los reveses ni las decepciones le hacían abandonar la línea de pensamiento que había adoptado, y a partir de Augsburgo se había atenido siempre a la idea de conciliación mediante la negociación, presionando, por supuesto, a los protestantes para que se avinieran a esta política, pero sin llegar nunca a la guerra. En esto Carlos se vio apoyado en todo momento por su hermano Fernando, siempre consciente de los recelos de los católicos alemanes ante las ambiciones de los Habsburgo y de sus propios problemas en Hungría. Con todo, la situación parecía sombría, desde el punto de vista protestante, en el otoño de 1538. Niza y Aigues-Mortes habían liberado a Carlos de la pesadilla de los franceses y, más aún, habían dado lugar a la, desde hacía tanto tiempo, temida alianza de las grandes potencias católicas contra los cismáticos. Durante el verano, después de tantas dilaciones, Fernando llegó también a un acuerdo con Zápolya mediante el tratado de Grosswardein. El voivode, que seguía soltero y sin esperanza de vivir mucho tiempo, accedió en dicho tratado a que su heredero fuera el rey de los romanos. Si podía hacerse caso omiso de los turcos –y había mucha holgura en esto– todo parecía indicar que las pretensiones de los Habsburgo a Hungría se verían pronto satisfechas. "



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