Por los caminos de Proust (fragmento)Edmundo Valadés
Por los caminos de Proust (fragmento)

"Este formidable y sagaz explorador del alma humana y sus debilidades, nos narra, como culminación de su vida amorosa, su relación con uno de los más extraños de sus personajes: Albertina. Personaje al que no podemos acercarnos, sino por la versión de Proust. Proust, narrador, se enamora de la singular joven que ha surgido en su vida del paso de la bandada de muchachas en flor que ve retozar por las playas de Balbec, porque recordando a la Gilberta de su primer amor, descubre que hay una «cierta semejanza, aunque vaya evolucionando entre las mujeres que nos enamoran sucesivamente, semejanza que proviene de la fijeza de nuestro temperamento, puesto que él es quien las escoge y elimina a todas aquellas que no sean a la vez opuestas y complementarias, es decir, adecuadas para dar satisfacción a nuestros sentidos y dolor a nuestro corazón».
Son estas mujeres —añade—, un producto de nuestro temperamento, una imagen, una proyección invertida, un «negativo» de nuestra sensibilidad. Y también, como narra más adelante, por un error de perspectiva amorosa: «¡Qué sentido tan engañoso es el de la vista!, un cuerpo humano, aunque sea un cuerpo amado, como era el de Albertina, a unos metros de distancia, a unos centímetros, nos parece estar lejos de nosotros. Y lo mismo el alma que hay en él. Pero si algo cambia violentamente el lugar de esa alma en relación a nosotros, si nos indica que ama a otros seres y no a nosotros, entonces, por los latidos de nuestro corazón dislocado, sentimos que está, no a unos pasos de nosotros, sino en nosotros, que era la criatura querida». Es seguro, que Proust, por necesidad de disimulo, escogió para ese su último y gran amor, el símbolo de un absoluto imposible, pues Albertina gustaba de las mujeres. Sin embargo, eso tiene poca importancia. Lo importante es que, con clarividencia o sin ella, Proust ejemplifica de cualquier modo uno de sus definitivos postulados: que en amor, equivocada o fatalmente, casi siempre amamos a quien no deberíamos amar, o a quien no habrá o no podrá amarnos. Porque el amor es perseguir fantasmas, es engañarse por el carácter puramente mental de la realidad. "



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