La construcción de Jalna (fragmento)Mazo de la Roche
La construcción de Jalna (fragmento)

"Adelina pensaba que nunca, que en toda su vida, había presenciado nada tan bello como The Bohemian Girl. Lo novelesco de la misma transfiguraba su mente, de igual manera que la luz de la luna transfiguraba una ventana de cristal de colores. ¡Y la música! Se sentía dominada por la letra y por la música, que le daban la sensación de que vivía en un sueño. Le parecía que el suelo no tenía consistencia debajo de sus pies, colgada como iba del brazo de Philip al salir del Drury Lane, y que la muchedumbre que la rodeaba iba flotando igual que ella.
Miró a la cara de Philip para descubrir qué expresión tenía. Había percibido la suya propia, en uno de los grandes espejos de marco dorado, y había quedado muy satisfecha de su expresión encantada. Casi esperaba que la de Philip fuese igual a la suya. Pero la verdad era que su gesto era el mismo que tenía cuando entraron en el teatro de la ópera, encantado de encontrarse allí; muy satisfecho de sí mismo y de ella; feliz de encontrarse en Londres una vez más. Ella le oprimió el brazo, y los labios de Philip se separaron con una sonrisa. ¡Con seguridad que en toda aquella multitud no había un perfil tan bello y varonil como el de Philip! ¡Con seguridad que ningún otro hombre tenía unos hombros tan bien plantados y unas espaldas tan rectas! Él volvió la cabeza y miró a Adelina. Al mirarla, sus ojos azules y brillantes se ensancharon, un poco llenos de orgullo. Miró a su alrededor para ver si los demás se fijaban en su belleza. Sin duda que se fijaban, no había duda. Dos caballeros que marchaban al otro lado de ella la contemplaban de una manera poco compatible con el buen gusto. La miraban abiertamente cara a cara. Ella lo había advertido, como lo demostraba el color subido de su rostro y la atrevida mirada que les dirigió, aunque al mismo tiempo seguía sonriendo a Philip. Se encontraban ahora cerca de la puerta exterior, y él necesitó de toda su habilidad para conducirla por entre la multitud, porque caminaba ondulante, en su crinolina guarnecida de volantes de tafetán. Philip pensó que no tenía nada de extraño que aquellos individuos la mirasen con fijeza. No era frecuente que uno viese una cara tan cautivadora como la de Adelina. Se preguntó si habría otra que pudiera igualarla. Sólo su colorido hacía que la gente volviese la cabeza para seguir mirándola; el cabello, tupido y ondulante, del más profundo pardo-rojizo que podía llamear hacia el rojo cuando el sol lo iluminaba; la piel de mármol y de rosas, los ojos cambiantes de color castaño con negras pestañas. Pero aunque su tonalidad no hubiese sido distinguida, sus facciones, orgullosas y atrevidas, sus cejas arqueadas, su nariz aguileña y su boca, movible y sonriente, le habrían asegurado un distinguido valimiento. Se oía un pataleo de cascos de caballos en los adoquines. Los coches particulares estaban formados en una hilera brillante: Adelina los miró con ansiedad, pero ella y Philip tenían que esperar a un coche de alquiler. Avanzaron hacia el bordillo de la calle, sin que Philip dejara de defender la crinolina de la joven. Surgió un músico callejero como si saliese del arroyo. Era flaco y estaba harapiento, pero podía tocar. Levantó el hombro, apoyando en el mismo su violín, y su brazo, que empuñaba el arco, se movió con violencia, como desesperado. "



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