Vida de familia (fragmento)Akhil Sharma
Vida de familia (fragmento)

"Mi padre firmó un recibo. Lo firmó con la mano izquierda, moviendo la pluma torpemente y sin establecer pleno contacto con el papel. Creí que firmaba con la mano izquierda quizá para poder negar que era su firma.
Comimos al llegar a casa. Era extraño comer en un plato, sentado a una mesa, en vez de como en la clínica, en una hoja de papel de aluminio en equilibrio sobre las piernas bien apretadas. A lo largo de todo aquel día, deambulando descalzo por la casa, sentí el tacto del linóleo de la cocina o de la alfombra blanda del cuarto de estar y recordé de repente que en la clínica estaría calzado. Cada vez que me descalzaba, el sentimiento de libertad era como el comienzo de las vacaciones de verano, cuando miras al reloj y te asombras de nuevo por no estar en la escuela.
Iba continuamente a ver a Birju, pero no me acostumbraba a verle en una habitación normal de una casa normal. Una y otra vez, me sobresaltaba.
Birju estaba inquieto. Le rechinaban los dientes y sus ojos se movían a toda velocidad.
En algún momento, al final de la tarde, decidí salir y lancé una pelota. Era lo que haría un chico corriente.
Fuera hacía humedad y el cielo relucía. Lancé directamente al aire, desde el centro de nuestro césped delantero, una pelota de tenis verde y fluorescente. Llegó más arriba de nuestro tejado de tejas marrones, y bajó más despacio de lo que había subido. El cielo estaba tan bonito y azul que parecía sacado de unos dibujos animados. Atrapé la pelota y giré sobre mí mismo. Volví a lanzarla y doblé las rodillas al cogerla. La lancé una vez más y traté de agarrarla por detrás de la espalda. Fallé. La pelota se alejó rebotando.
La tiré una y otra vez, a veces con la mano izquierda. Cuando usaba esta mano, la pelota subía escorada.
No me sentía mejor lanzándola. Seguía viendo a Birju tendido en su cama, con la cabeza ladeada, mientras subía y bajaba la cortina de la ventana que tenía al lado.
Se me humedeció la camiseta y se me pegó a la piel. Muy pronto me entraron ganas de meterme en casa, pero hacerlo era como rendirse. Me quedé en el césped lanzando la pelota.
A través de una agencia contratamos a una asistenta para que le leyera a Birju y le ayudara con los ejercicios. La mujer venía a las ocho de la mañana y se marchaba a las cuatro de la tarde. Por la noche venía otra, desde las diez a las seis. Después, al cabo de una o dos semanas, empezaron a llegar milagreros que decían que podían despertar a Birju. A veces ahorrábamos dinero prescindiendo de la ayudante diurna.
Algunos de los milagreros eran los mismos que nos habían visitado en la clínica. El primero fue el señor Mehta. De profesión era ingeniero petrolero, pero estaba en el paro. Llegaba a las nueve de la mañana. Iniciaba todas sus visitas cubriendo a Birju con una sábana de color azafrán mientras mi hermano estaba en la cama de ejercicio, una alta plataforma de madera que se pasaba casi todo el día debajo de la araña de la habitación.
Después de estirar y alisar la sábana, el señor Mehta se arrodillaba al lado de Birju y se ponía a rezar. Rezaba durante unos quince minutos, con las palmas de las manos muy apretadas entre sí. Delgado, moreno, con una calvicie incipiente, siempre llevaba un pantalón de vestir gris y calcetines negros. En la sábana de color azafrán había oms y esvásticas impresos. Cuando terminaba de rezar, Mehta se levantaba y empezaba a rodear la cama, tirando hacia fuera de un brazo o una pierna por debajo de la sábana, y los frotaba vigorosamente hasta que el vello se le ponía de punta. En cuanto lo tenía así, metía la extremidad de nuevo debajo de la sábana. Cuando llegaba a la cabeza de Birju, se frotaba las manos y se las pegaba a las orejas de mi hermano. "



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