La tela de araña (fragmento)Joseph Roth
La tela de araña (fragmento)

"A Theodor le llegó una orden secreta: triplicar el celo. Aquello lo sacudió como un clarinetazo. Le estaba llegando el momento. Estaba preparado. Se aprestó para el gran día. Podía ser aquél o el siguiente.
Convocó a su cohorte. Los muchachos acudieron trayendo a otros camaradas de la Liga Bismarck. Llevaban pistolas dispuestos a emplearlas. Theodor se fue a buscar al maestro armero. Se estaban limpiando todas las armas. Las viejas bayonetas estaban ya relucientes. Los muchachos pasaron un día en el cuartel. ¡Cómo los embriagó la contemplación de las herrumbrosas armas! ¡Y cómo los deslumbró el brillo de las nuevas! ¿Eran conscientes? Las había que habían hecho todas las guerras y en todas habían matado enemigos. De las culatas surgía una poderosa fuerza. Embrujadora era la empuñadura de un sable. ¿Qué denodado jinete no lo habría blandido? ¡Ciego el acero… de sangre!, decían. Las manchas de orín eran manchas de sangre. De sangre del enemigo estaban salpicadas aquellas armas.
El domingo acudió el general a Potsdam.
El domingo salió el regimiento del cuartel, con banda y música. El sol de octubre brillaba como en primavera. Las gentes saludaban desde las ventanas. Las banderas ondeaban al viento. Los chiquillos iban corriendo detrás. Era como en tiempos de paz. Hubo quien se olvidó de que era pobre.
Formaron todos ante el general. El capellán pronunció una alocución. La punta del casco de Ludendorff refulgía al sol. De las guerreras de los oficiales llegaba como fina música de plata el leve tintineo de las medallas. Las espuelas repicaban como campanillas. Como una fina película de grave solemnidad se mecía el aliento de la tropa en el aire. Del centro de la plaza llegaron apagadas las voces de jefes y oficiales. Una breve risotada del general sonó igual que un gargarismo.
El general pronunció tres frases, desde el lugar que se le había asignado a la derecha de la placa. Empleó términos duros. Las manos no las movió de la empuñadura del sable. Hubiera podido pasar por una estatua, una estatua vestida.
Luego descendió; cuando hablaba alguien, se encajaba el monóculo. Estuvo también conversando con Theodor. Una vez le escribí una carta, piensa Theodor. ¡Cuánto tiempo hacía de eso! ¡Qué joven era Theodor no hacía aún seis meses! Y a esas alturas ya lo conocía Ludendorff. "



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