El sentido del pasado (fragmento)Henry James
El sentido del pasado (fragmento)

"Era un hombre que defendería sus derechos siempre que eso no le complicara demasiado; pues era también un hombre dado a complicarse, esto es, a dejarse influir en cualquier terreno que no fuera el experimentado inmediatamente por sus propios pies. Al decirle con graciosa alegría: «Quiero resultar amable a todo el mundo y comprendo que debo conseguirlo antes de que se diga la última palabra; es preciso, pues, que me deje un poco de tiempo, se lo ruego»; al decir —no sin arriesgarse, tal fue su impresión— esas palabras, habría sido consciente de una mayor felicidad si no hubiera visto un instante después que la alegría podía ser perfectamente una reacción demasiado sutil para agradar, dada la dificultad de la relación, a la que su primo parecía no poder contribuir más que con una extrema desconfianza hacia cualquier exhibición de «modales», o al menos de esos modales que un aventurero de mucha labia podía haber traído de ultramar. Probablemente estaba formado para no apreciar los modales ni comprenderlos —¡que el diablo lo lleve!—, ya fueran circunspectos o desenvueltos; pues si Ralph, con su espléndida capacidad para subir a la superficie después de profundas inmersiones, podía tomar nota de esto en un tiempo tan breve como se podía imaginar, planeaba sin embargo en la mirada de Perry la viva verdad, moviendo a tirones brazos y piernas como un arlequín accionado por hilos, de que sus modales, según una ley extraordinaria, iban a ser para Ralph un recurso y un arma constantes, aplicables en todo momento a cualquier aspecto del asunto. No sería, por supuesto, siempre igual, ni él quería que lo fuera, puesto que eso implicaría realmente las muecas de la locura; pero la visión era tanto más valiosa cuanto que él sentía extraordinaria e inexplicablemente que debería actuar siempre desde detrás de algo; algo que, cualquiera que fuese su aspecto, no admitiera que Perry lo mirara aviesamente, como si se tratara de una moneda falsa o una carta sacada de la manga.
Digamos claramente, por lo demás, que antes de la conclusión de esta situación se vio afectado por la súbita visión de tener que justificarse de una imputación de hacer trampas, diríamos, en el sentido en que su anteriormente mencionado amor al juego podía exponerle a tal sospecha; para todo el mundo, era como si él estuviera sentado con la casa Midmore, por no hablar de otros compañeros, ante una mesa verde, entre altos y aguerridos candelabros que en un momento dado iluminaran perversamente el intercambio de extrañas miradas entre compañeros de juego a sus expensas. Tan extraña percepción no podía, desde luego, sino proyectar las sombras más tenues: respiración tras respiración e insinuación tras insinuación —pero ¿Quién podía decir de dónde procedían?— se consumían a flor de su sensibilidad, de modo que esas impresiones, como ya hemos visto, se desvanecían sucesivamente sin dejar nada más que la fuerza de un movimiento derivado. En cuanto hubo escuchado a su prometida, por ejemplo, recoger con infinito ardor las palabras de apaciguamiento que él acababa de dirigir a su hermano, le pareció ver ahí un radiante espacio libre y medir el margen por el que los tres juntos, él, ella y su madre, se mostrarían más ingeniosos que la crítica más incisiva. "



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