Genio (fragmento)Patrick Dennis
Genio (fragmento)

"Abrió varias cerraduras y cerrojos y con un espantoso chirrido de bisagras oxidadas abrió la puerta lo justo para que pudiéramos entrar de lado. No me pareció precisamente la tan cacareada hospitalidad sudamericana de «Mi casa es su casa». Seguimos por un largo sendero de grava a través de lo que debió de ser en otro tiempo un precioso jardín de la escuela naturalista, aunque la naturaleza se había cobrado su venganza y el lugar estaba cubierto de enredaderas y malas hierbas. Un estanque excavado en la roca volcánica estaba cubierto de hojas y espuma, y un enjambre de insectos sobrevolaba los escasos centímetros de agua putrefacta. Ante nosotros se alzaba una modernísima (antaño) casa de tejado plano que me recordó los experimentos más osados de Frank Lloyd Wright de treinta años atrás. El joven se hizo a un lado con hosquedad al llegar a la puerta principal, que parecía la entrada a un antiguo teatro Trans-Lux, y nos cedió el paso.
La antesala era un enorme cubo desnudo y enjalbegado con el suelo de baldosas de lava volcánica y grandes lajas de lava volcánica que asomaban de la pared para formar una escalera que llevaba al piso superior. Otra escalera en voladizo similar conducía al piso de abajo. De hecho, no había dos habitaciones que parecieran estar al mismo nivel. En las paredes había enormes retratos —sobre todo femeninos— pintados por artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, José Orozco y David Siqueiros en raros momentos no reivindicativos socialmente. Al igual que la casa, servían de recordatorio del cambio tan drástico que había experimentado la moda.
Aquí y allá se veía un gran rectángulo blanco de donde, afortunadamente, habían descolgado una de aquellas obras maestras de los años treinta. Un perro viejo y enorme, de raza indeterminada, salió gruñendo de la penumbra. El chico lo maldijo en español (tuteándolo). El perro desapareció en la oscuridad con un gañido.
[...]
Lo seguimos por los escalones de lava hasta un inmenso salón de techo muy alto. Una vez más, era puro Frank Lloyd Wright con leves toques de Luis Barragán, Carlos Mérida y Juan O’Gorman de hace muchos años. La sala estaba amueblada de manera muy sobria con sillones más mullidos de la cuenta que parecían sacados del salón de fumadores del viejo Normandie. Los tonos predominantes eran el mostaza y el chartreuse en oleadas aterciopeladas. En los brazos y los respaldos de todos ellos había manchas grisáceas. Por todas partes había cabos de vela. "



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