Los amores de un loco (fragmento)Xavier de Montepin
Los amores de un loco (fragmento)

"El joven comprendió la enérgica justicia de este reproche y bajó la cabeza sin responder.
Aquella noche, Marc-Henry fue presentado en el castillo por Maugars. La entrevista del barón y del joven fue fría; el aire de ambos era embarazoso. El señor de Châlans, temiendo dejar leer sobre su rostro las emociones violentas que le causaba la vista del hijo de su pobre Esther, se veía precisado a encubrirse con una máscara impenetrable. Encontraba en los rasgos de Marc-Henry, todos los de su querida hija; tenía su misma frente, pura y elevada, sus mismos ojos, la misma mirada; solamente sus pupilas eran más sombrías y sus cabellos de un color más subido.
La entrevista fue corta. Se decidió de común acuerdo que dentro de dos días Marc-Henry vendría a instalarse en el castillo, en el que permanecería hasta que el señor de Châlans lo enviase a Besançon para regularizar y terminar sus estudios.
Al día siguiente, Morand, al saber la venida de Marc-Henry al castillo, quiso de nuevo partir y lo pidió con tanta insistencia y energía, que fuerza fue ceder a su deseo, so pena de empeorar gravemente su estado, que entonces era mucho menos satisfactorio que la víspera. En una camilla fue transportado hasta la enfermería de la aduana de los Brennets.
Una hora después de su partida llegó Marc-Henry. La señorita de Châlans permaneció todo el día encerrada en su habitación; su pálido rostro, sus cabellos en desorden, su cabeza apoyada en las almohadas de su cama que bañaba en lágrimas, indicaban un sufrimiento muy grande.
Hay familias en que el amor es funesto; una de éstas era la de Châlans.
No diremos lo que sufrió Marc los primeros días de su estancia en el castillo. Su timidez, al lado de la mujer amada, aumentó de tal modo que parecía haberse convertido en una parálisis moral, la cual comprimía violentamente su pensamiento y suprimiendo casi el uso de la palabra, dando al pobre joven el triste aspecto de un verdadero idiota.
Una tarde oyó a María, a la dulce y caritativa María, decir al señor de Châlans esta expresión, que se incrustó en su cerebro como un clavo de hierro rojo. "



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