La novena hora (fragmento)Alice McDermott
La novena hora (fragmento)

"Sally miró por sobre el hombro de la monja el interior de la habitación en penumbra. Vio a dos muchachas más o menos de su edad, sentadas a cada extremo de una cama deshecha. Una, algo mayor, estaba vestida con una falda y una combinación de raso; la otra, más delgada y de menor edad, con un camisón blanco como el de Loretta. Las dos estaban atadas a los pilares de hierro de la cama con cinturones negros de cuero que les cruzaban varias veces las muñecas. Las chicas se esforzaron por sentarse cuando vieron a la monja. Cuando esta corrió hacia ellas, las dos rompieron a llorar lastimeramente y exclamaron juntas: «Oh, hermana». Por sus caras, resultaba claro que habían pasado el día llorando. Había un olor a orina en la habitación sin ventilar, olor a sudor.
La hermana Lucy estaba ya desatando el cinturón que mantenía a la muchacha mayor sujeta a la cabecera de la cama. Sally intentó con torpeza desatar el cinturón que mantenía atada a la otra: dos cinturones, en realidad; uno, largo, de hombre y con una hebilla sólida; el otro, la fina correa que podía haber sostenido los libros escolares del cuarto de estar. Los dos rodeaban, muy apretados, el descascarillado barrote de hierro y las finas muñecas de las chicas. Los dos cinturones les habían dejado marcas muy rojas en la piel y las puntas de sus dedos se habían puesto moradas.
Las muchachas dijeron a la hermana Lucy, entre lágrimas, que aquella mañana, al prepararse para ir a la escuela, se habían reído demasiado y habían irritado a su hermano. Se restregaron las muñecas. La más joven se había orinado en el camisón y se ruborizó, avergonzada. La mayor, con una falda escolar de gabardina, pero sin blusa, sino solo con su combinación de raso, se cubrió el cuello con una mano. Sally vio que estaba intentando ocultar una moradura en ella: parecía un capullo de rosa, una moneda pequeña. Vio que la hermana Lucy estaba también examinando aquella marca. Entornó los ojos. Sally se preguntó si no sería una marca de la tiña en el cuello de la muchacha.
Cuando se separaron de la cama, aún gimiendo, Sally siguió los penetrantes ojos de la monja, que recorrían la sucesión de verdugones rojos en sus pantorrillas y sus muslos: marcas de correa. "



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