El nacimiento de Venus (fragmento)Paul von Heyse
El nacimiento de Venus (fragmento)

"Pero ella misma la había tranquilizado diciéndole que cada una de las dos serviría de dama de compañía a la otra. Y el señor Rolf, por otra parte, no era ciertamente peligroso… Y al murmurar esto se dibujó en sus sonrosados labios una atrevida sonrisa. Rolf no contestó nada. Ya había dispuesto el caballete de forma que pudiera recibir la luz del modo más favorable; depositó los colores en la paleta y colocó frente a él la silla plegable en la que Dorette debía sentarse, mientras Trude permanecía en pie a sus espaldas. En el cuadro, de tamaño natural, se veía a Dorette, vestida de blanco y con un ramo de rosas abandonado en su regazo, dirigiendo una mirada un tanto maliciosa a Trude, que estaba al lado de ella, apoyada en el respaldo de la silla y mirando, soñadora, la lejanía. Llevaba un vestido más oscuro que Dorette y, al cuello, una cadenita de la que colgaba una pequeña cruz de oro. Detrás de ellas verdeaba un jardín y por entre las ramas se veía un jirón de cielo de un matiz azul cobalto.
Cuando tía Fanchón vio por primera vez el bosquejo del cuadro, dijo que no era así como ella lo había encargado y que no se consideraba lo suficientemente rica para costear un trabajo de tanta envergadura.
Rolf entonces se había mostrado casi descortés con ella. ¿Acaso creía la buena señora que él iba a hacer negocio con un cuadro destinado a su amigo? No se dejaría pagar más que el lienzo y el marco y aun eso si ella no los aceptaba regalados.
Calló, por supuesto, que hubiera sido capaz, además, de dar hasta sus últimas monedas por poder pintar a la hermanita del amigo.
Las jóvenes habían ocupado sus respectivos puestos y durante media hora apenas se habló una palabra.
Otros días Dorette había hecho hablar a Rolf, dirigiéndole preguntas indiscretas, que la mamá no en todos los casos encontraba oportunas, y siempre lo habían pasado muy alegremente. Pero hoy, a pesar de que la madre no les cohibía, imperaba en la estancia un penoso silencio. Rolf miraba gravemente su trabajo, como si cada pincelada fuera alguna cosa decisiva. Dorette tarareaba una melodía y Trude suspiraba de cuando en cuando. "



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