Chico de barrio (fragmento)Ermanno Olmi
Chico de barrio (fragmento)

"Había un muchacho que siempre iba retrasado: pese a que se esforzaba al máximo, siempre, irremediablemente, resultaba ser el último. ¡Y cuántas veces tuvo que sufrir, como siempre ocurre en esos casos, las bromas del grupito de los mayores! La broma más frecuente era la de desengancharle el somier de la cama y dejarlo colgado de un hilo para que, en cuanto se apoyara, se desplomase del todo; y mientras los otros sofocaban las carcajadas bajo las sábanas, se oía la voz de nuestra vigilante, que gritaba desde detrás de su cortina: «¡Bertinotti! ¡Siempre el mismo!». Y Bertinotti, sin decir nada, recomponía su cama, ya resignado a las bromas y a ser el último. Es más, los compañeros hacían todo lo posible para perjudicarlo en todas las ocasiones: le tiraban los libros al suelo, de modo que, mientras él los recogía, cerraban la puerta y lo dejaban fuera; no le dejaban acercarse al lavabo para lavarse hasta que fuese el último; le escondían los zapatos; le ataban las mangas del jersey. Cuando la vigilante daba una orden, al final añadía sin falta: «Y tú, Bertinotti, ¡a ver si dejas de ser siempre el último!».
Una noche, alguien vio una luz moverse en la obscuridad. Avanzaba desde el tupido bosque de detrás de los dormitorios y después desaparecía tras la esquina del edificio. «¿Qué será?», nos preguntamos. Uno dijo: «A lo mejor es un guarda nocturno». «Sí, hombre. Un guarda que se pasea con una linterna, ¡ahora que está prohibido encender las luces!». Como de costumbre prevaleció la tesis de Tiberio: «¿Y si fuera un espía?». «¿Cómo que un espía?», preguntó uno, un poco emocionado. Tiberio prosiguió, complacido con su suposición: «Los aviones enemigos que vienen a bombardear pasan precisamente por encima de nosotros. ¿No los habéis oído nunca, de noche?». «Yo una vez oí aeroplanos, pero creía que eran de los nuestros». Tiberio concluyó: «¡Seguro que es un espía que hace señales a los aviones!». Yo añadí: «He oído decir a mi papá que de noche se ve incluso una cerilla a kilómetros de distancia».
Decidimos poner turnos de guardia para la noche siguiente y, como la luz desaparecía siempre detrás del edificio, Tiberio decidió buscar también otro puesto de observación para ver hasta dónde seguía, pero, para hacerlo, debíamos llegar hasta los servicios del otro dormitorio atravesando un pasillo totalmente a obscuras: era una empresa para los más valientes. Tiberio dijo: «Si conseguimos la captura de un espía, nos concederán un premio». Otro dijo: «En mi libro de lectura había una fotografía del Duce, que entregaba un premio a un niño». «Si nos dan un premio, yo me voy a casa». Estábamos todos muy excitados e incluso durante el día no hablábamos de otra cosa, pero manteniéndolo todo en el máximo secreto entre el grupo de los mayores. Tiberio y los otros habían olvidado incluso el juego con la vigilante de la «R», hasta el punto de que ella pareció decepcionada por aquel extraño y repentino cambio. "



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