La memoria de la ballena (fragmento)Jean Portante
La memoria de la ballena (fragmento)

"Lo sopesó notablemente. Sabía que el momento más arduo de toda su odisea le aguardaba en San Remo, localidad a la que llegarían después de su estancia en Pisa, hacinados en un camión, como si fueran ganado. En Pisa ni siquiera habían podido ver la famosa torre inclinada. La suerte también les había sido adversa en Roma, donde no pudieron contemplar ni el Coliseo ni el Vaticano. De hecho, el interminable trayecto entre la capital italiana y Pisa había sido realizado en las más tétricas circunstancias. No hallaron otros automóviles y por tanto los recluyeron en camionetas destinadas a la carga de aves de corral, aves gallináceas. Las paredes y estantes de ese peculiar «gallinero» habían sido derribadas y en ese circunspecto ambiente se encontraban apilados. Sin lugar alguno donde poder sentarse. En un suelo colmado de paja seca y putrefacta, que hedía a estiércol. A través de los minúsculos orificios que hacían de ventanales penetraba un aire gélido y hostil que derretía sus cuerpos de los pies a la cabeza. Y lo que, en principio, sintió como una debilidad pasajera en Roma, se cernía ahora como una mano que tratara de obstaculizar su viaje irremisiblemente, metamorfoseándose de súbito en una terrible enfermedad, que se había enseñoreado de su cuerpo, miembro a miembro. Primero comenzó por expectorar presa de una estruendosa tos. Luego aquel fatal sino acometió, despiadado, su garganta, sus ojos, sus oídos y su cabeza. Sintió que le golpeaba cruelmente en el cráneo, mientras el sudor perlaba su frente. Tina, a su lado, no sabía a qué santo encomendarse, mientras que Nando había dejado de maldecir a causa del terrible frío que penetraba sus entrañas, una extrema vaharada que, paradójicamente, calentaba aquellos cuerpos frágiles. No pudo evitar el pensamiento repetitivo de que sería horrible, incluso estúpido, morir de aquella manera después de haber sobrevivido a la guerra. Afortunadamente, atisbaron el lazareto de San Remo e incluso había una enfermera esperándoles, antes de su repatriación a Longwy. Él mismo, sin temor a equivocarse, se había autodiagnosticado una pneumonía y pudo cerciorarse de que el rostro de Tina había empalidecido más incluso que el de Nando. Una neumonía en esas condiciones tan adversas devendría en un fatal desenlace. No llegó a ser consciente de lo que Tina hizo a continuación. Todo su ser se hallaba en ebullición, sudaba copiosamente, envuelto como si fuera un recién nacido en cuatro mantas que Tina había conseguido suplicando a otros refugiados. "


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